RENACER CULTIRAL

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miércoles, 16 de mayo de 2018

El cruel castigo reservado al asesino del mayor enemigo del Imperio español

Consciente del protagonismo alcanzado dentro de la rebelión, Felipe II declaró a Guillermo de Orange una «plaga», lo acusó de traición, ingratitud y herejía y puso precio a su cabeza en 1581.

Grabado que muestra el asesinato de Guillermo OrangeGrabado que muestra el asesinato de Guillermo Orange
LA MUERTE DE ORANGE

César Cervera

http://www.abc.es/historia/abci-cruel-castigo-reservado-asesino-mayor-enemigo-imperio-espanol-201805170316_noticia.html.
Guillermo de Orange, líder de la rebelión contra España en los Países Bajos, está considerado un auténtico maestro de la propaganda y un astuto político, no así un militar siquiera mediocre. Con la imponente serie de victorias que siguió a la llegada de Alejandro Farnesio a Flandes, en 1578, incluso los partidarios calvinistas de Orange empezaron a dudar de las habilidades de su caudillo. Sería así su asesinato a manos de un enviado de Felipe II la mayor salvación para su memoria.
Consciente del protagonismo alcanzado dentro de la rebelión, Felipe II declaró a Guillermo de Orange una «plaga», lo acusó de traición, ingratitud y herejía y puso precio a su cabeza en 1581. En solo un año se orquestó el primer intento. Un joven vizcaíno de pocas luces llamado Juan Jáuregui le disparó un tiro tras la oreja derecha a Guillermo de Orange el 18 de marzo de 1582 cuando salía de almorzar. La bala le atravesó el paladar y salió por la mejilla izquierda de Guillermo, quien quedó mal herido pero sobrevivió al atentado. El vizcaíno, con un plan más kamikaze que real, no pudo escapar y la escolta del príncipe lo mató allí mismo. Al registrar el cadáver del atacante encontraron entre sus ropas dos trozos de piel de castor, una vela, algunas cruces y escapularios así como varios papeles escritos en español. El cadáver de Jáuregui fue colgado en la plaza pública.

Un admirador de Felipe II

Dos años después, coincidiendo con la muerte del Duque de Anjou, antiguo aliado de Orange, se presentó un misterioso emisario en la ciudad holandesa de Delft, a mitad de camino entre los feudos calvinistas de Rotterdam y La Haya. Un francés católico llamado Baltasar Gerard se hizo pasar por el enviado para notificar ante Guillermo de Orange la muerte de Anjou. No obstante, en secreto el francés planeaba matar al príncipe cuando se le pusiera enfrente. Nació en Vuillafans (Franco Condado), Gérard fue uno de los once hermanos de una familia católica donde Felipe II era ampliamente admirado. Ya antes de que pusieran precio a su cabeza, el católico había alardeado de que algún día apuñalaría a Guillermo de Orange por sus traiciones.
Sus últimas palabras fueron «Mon Dieu, ayez pitié de moi et de mon pauvre peuple» (Dios mío, ten piedad de mi alma y de este pobre pueblo)
Con unas pistolas supuestamente suministradas por Alejandro Farnesio, Baltasar Gerard se escondió detrás de una escalera del palacio de Orange y esperó a que subiera hacia el segundo piso. Cuando Orange se detuvo un momento para saludar al capitán galés Roger Williams, quien se arrodilló ante él, Balthasar Gérard saltó desde un rincón oscuro y disparó tres veces contra la espalda de Guillermo. Según la historia más rigurosamente novelada, sus últimas palabras fueron «Mon Dieu, ayez pitié de moi et de mon pauvre peuple» (Dios mío, ten piedad de mi alma y de este pobre pueblo).
Gérard escapó por la puerta lateral y corrió por un estrecho sendero perseguido por Roger Williams. Sin embargo, tropezó con un montón de basura, al tiempo que un sirviente y un alabardero del príncipe le atraparon. Se dice que cuando sus captores le llamaron traidor respondió:
–«No soy un traidor, soy un sirviente leal de mi señor».
–«¿Qué señor?».
–«De mi amo y señor, el Rey de España».
Retrato de Balthasar Gerards
Retrato de Balthasar Gerards
La guardia de Orange arrastró al asesino al interior de la casa a puñetazos y golpes con la empuñadura de las espadas. Pero incluso en los interrogatorios no mostró arrepentimiento alguno, sino un júbilo sosegado por haber asesinado «al Goliat de Gath», a pesar de que las torturas fueron desde darle latigazos, colgarle de un palo con las manos atadas a su espalda y colgarle un peso de 136 Kilos de los dedos gordos de los pies. Una de las prácticas más salvajes consistió en vestirle con una falda empapada de alcohol y verter grasa ardiendo sobre él y clavos afilados bajo sus uñas.
Después de someterle a estas torturas de fragancia medieval, los magistrados le sentenciaron a ser descuartizado, desollado con unas pinzas y a que le fuera arrancado su corazón del pecho para arrojárselo contra su cara y, finalmente, se le decapitara.
Por su parte, Felipe II recompensó a la familia de Balthasar Gérard por matar a aquel «enemigo de la raza humana» con los estados de Lievremont, Hostal y Dampmartin en el Franco Condado, y un título nobiliario. El magnicidio no tuvo más consecuencias. Lejos de lo que había imaginado el Rey y el atormentado Gérard, la muerte de Orange solo sirvió para transformar en mártir a un personaje que, en realidad, estaba en declive político debido a sus pésimas dotes militares.
A los pocos días, Mauricio, segundo hijo del difunto, se hizo cargo de la guerra de su padre. Él, sí mostraría un gran talento militar. A partir de la década de 1590, Mauricio comenzó a instruir a sus tropas en la realización de maniobras y en la rotación de las filas de mosqueteros para realizar varias descargas de fuego, inspirado en autores romanos. Una transformación a largo plazo del inútil ejército holandés en una fuerza temida.

El gusto por el magnicidio

No fue el de Orange el único magnicidio financiado por Felipe II. El Monarca también dirigió sus tentáculos magnicidas hacia la Reina Virgen. A principios de 1570, el Rey echó cuentas sobre los perjuicios causados a España por la reina, que había torpedeado la actividad de los comerciantes españoles en el norte de Europa, había financiado expediciones corsarias al Caribe y había dado cobijo a miles de rebeldes procedentes de los Países Bajos. Por todo ello, el Rey buscó «vengarnos muy bien de ella» y, a falta de recursos militares en ese momento para deponer a la Reina, se puso en manos del banquero florentino Roberto Ridolfi, que estaba encargado de gestionar los fondos enviados por el Papa Pío V a los líderes católicos que sobrevivían en las islas.
Ridolfi resultó ser un agente doble e Isabel se anticipó a sus enemigos. Arrestó y ejecutó a varios de los nobles implicados
Ridolfi aseguraba tener un plan para destronar a Isabel y colocar en su lugar a María Estuardo, Reina de Escocia hasta 1567 y viuda del Rey de Francia. El plan de Ridolfo básicamente consistía en que el Duque de Norfolk, primo de Isabel, junto a otros nobles católicos, matarían a la reina en marzo de 1571, coincidiendo con su tradicional viaje fuera de Londres. Después, aprovechando el levantamiento general que presuponían los católicos, Norfolk se casaría con María Estuardo y se proclamarían reyes con el apoyo de un ejército de 6.000 hombres que el Duque de Alba enviaría desde Flandes. Sin embargo, Ridolfi resultó ser un agente doble e Isabel se anticipó a sus enemigos. Arrestó y ejecutó a varios de los nobles implicados, entre ellos a Norfolk.

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