RENACER CULTIRAL

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domingo, 22 de abril de 2018

Yasuke, el esclavo africano que llegó a ser samurái
El cine estadounidense, especialmente el de serie B, nos ha acostumbrado a ver occidentales aprendiendo artes marciales hasta convertirse en auténticos maestros e incluso accediendo a categorías un tanto especiales como la de los ninjas o los samuráis. Lo que nunca hemos visto en celuloide, salvo que haya alguna de aquellas sexploitations setenteras que ahora no recuerdo, es que el protagonista de un hecho así fuera negro. Pero al parecer hubo uno, de origen africano y llamado Yasuke.
Así lo cuenta la Histoire ecclesiastique des isles et royaumes du Japon, una obra escrita y publicada por el jesuita François Solier en 1627. Es prácticamente la única gran referencia que se tiene y todas las investigaciones realizadas al respecto hasta fecha se basan en ese texto. La escasez de documentación en Japón -y no digamos en Mozambique, la presunta tierra de la que procedería Yasuke (aunque también se ha apuntado a Portugal, Angola y Etiopía)- deja esta historia un tanto escasa de detalles, aunque no hay por qué dudar del conjunto del relato del religioso ya que la corroboran indirectamente algunas cartas.
Dice Solier que Yasuke llegó al archipiélago oriental como sirviente del italiano Alessandro Valignano, uno de los misioneros de la Compañía de Jesús que, junto a varios compañeros de orden, fue enviado allí en 1579 como visitador de las Indias para intentar inculcar el sacerdocio a los japoneses. Con vistas a integrarse y ser aceptados, los jesuitas tenían la norma de adoptar las costumbres locales y por eso llevaban un nivel de vida alto, intentando atraer a las clases acomodadas como espejo para las demás, de ahí que poseer sirvientes fuera habitual.
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El de Valignano era un joven esclavo musulmán mozambiqueño. Algunos estudiosos sugieren que era makua (un grupo étnico de origen bantú que habitaba en la región de Mozambique, donde los portugueses habían instaurado una colonia) y, por tanto, su nombre original probablemente sería Yasufe, conservando posteriormente la raíz Yao pero sustituyendo la terminación por el sufijo nipón suke. En 1581 llegaron a la capital y el esclavo causó sensación, no sólo por su formidable apariencia (según el cronista Matsudaira Ietada medía unos 6 shakus, equivalente a 1,88 metros, y se le describió tan fuerte como una decena de hombres) sino, sobre todo, por el negro tono de su piel, por entonces casi insólito por aquellos lares.
Allí le conoció Oda Nobunaga, un poderoso daimyo (señor feudal) que, asombrado y escéptico, le pidió que se desnudase para tocar aquella extraña piel oscura y comprobar si era verdadera o pintada, según contó el jesuita Luis Frois a Lorenço Mexia en una carta fechada ese mismo año y tal como figura en el informe anual que el mismo redactó en 1582 (ambos documentos se publicaron en 1598 en las una recopilación epistolar titulada Cartas que os padres e irmãos da Companhia de Jesús escreverão dos reynos de Japão correo de China II). El caso es que Nobunaga quedó tan fascinado que se hizo con los servicios de Yasuke.
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El daimyo se lo llevó consigo al castillo de Azuchi con el objetivo de entrenarlo para que fuera su guardaespaldas. Se supone que fue allí donde se japonizó el nombre de Yasuke y donde su relación con su nuevo señor se fue estrechando; dado que Nobunaga no hablaba portugués, se supone que el africano había conseguido chapurrear el idioma lo suficiente para entenderse. Eso y sus progresos en el aprendizaje de las técnicas guerreras y el código del bushido le hicieron ir escalando puestos hasta tener vivienda propia y recibir una preciada katana, la espada que le identificaba como samurái.
Ese verano de 1582 Nobunaga fue traicionado por uno de sus generales, Akechi Mitsuhide, alias Jubéi, quien le consideraba responsable de la muerte de su madre. Mitsuhide sorprendió a Nobunaga en el templo de Honnō-ji (Kioto), en lo que constituyó un auténtico golpe de estado, y le obligó a hacerse el seppuku (suicidio ritual). Ello desató un nuevo capítulo de aquel período conocido como Sengoku y caracterizado por las continuas luchas que los daimyos mantenían desde 1467 por hacerse con el poder total y que no terminarían de forma definitiva hasta 1615 con la instauración del Período Edo. Dispuesto a vengar a su señor, Yasuke se unió a las fuerzas del hijo de Nobunaga, Oda Nobutada, en el castillo de Nijo.
Retrato de Oda Nobunaga pintado por el jesuita Giovanni Nicolao
Retrato de Oda Nobunaga pintado por el jesuita Giovanni Nicolao
Sin embargo la suerte les fue adversa y Mitsuhide salió vencedor. Oda Nobutada también se hizo el seppuku pero, soprendentemente Yasuke no fue ejecutado. Unos dicen que porque era extranjero, con lo que ello llevaba de despectivo; otros, en cambio, creen que Mitsuhide no quería enemistarse con los jesuitas y por eso le permitió irse al nanban-dera or nanban-ji, es decir, el templo de los bárbaros del sur, que es como los japoneses llamaban a la iglesia de la Compañía de Jesús. Quizá intervino también alguna razón supersticiosa, como el hecho de que muchas imágenes representaban a Buda negro y, además, en aquella época los nipones no tenían prejuicios raciales.
El caso es que Yasuke se reunió con los sacerdotes y su rastro en la Historia se pierde a partir de ahí. Hay referencias a un artillero de raza negra que en 1584 estuvo al servicio de Arima Harunobu, un daimyoconvertido al catolicismo y que se había aliado con otro llamado Toyotomi Hideyoshi para derrotar a Akechi Mitsuhide (como así fue; Mitsuhide sólo pudo disfrutar de trece días de gloria) y unificar el país, pero no se sabe si fue él o algún otro africano, ya que habían empezado a llegar unos cuantos a Japón con los misioneros. Así que la historia de aquel samurái negro tiene final abierto.
https://www.labrujulaverde.com/2016/09/yasuke-el-esclavo-africano-que-llego-a-ser-samurai


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