Para entender la procedencia de los dioses de la antigua Grecia no sirven ni la Ilíada, el famoso poema homérico, ni la Teogonía de Hesíodo. Son textos mitológicos y, como tales, explican el origen y la naturaleza de los dioses y su relación con los hombres, no las tradiciones en que se basaban. Gracias a fuentes literarias posteriores y a la arqueología sabemos que la mitología griega integró las dos raíces de su civilización, la prehelénica y la indoeuropea, así como influencias externas.
La aportación prehelénica correspondió en gran medida a la cultura minoica de Creta. Su religión se caracterizaba por el culto a la madre tierra, la diosa prehistórica adorada en sus versiones respectivas por todos los pueblos de Oriente Próximo. Encarnaba las fuerzas de la naturaleza, y su poder comprendía tanto la fertilidad como la vida de ultratumba, o sea, la vida y la muerte. La agricultura trajo consigo la aparición de una segunda deidad, relacionada con la diosa madre, que regulaba el ciclo de la vegetación.
Hacia 1600 a. C. los aqueos, de raza indoeuropea, invadieron la Grecia continental, las islas del Egeo y Asia Menor. Fueron los primeros griegos propiamente dichos, y su religión, la micénica, una síntesis de elementos indoeuropeos y minoicos. Superaron la rivalidad entre su culto al dios indoeuropeo del cielo, Zeus, y el de Hera, la diosa madre venerada en la Argólida (Peloponeso), convirtiendo a esta en hermana y esposa de Zeus. En las tablillas micénicas aparecen ya los nombres de otras deidades importantes, como Atenea, diosa de la sabiduría, y Dioniso, heredero del dios de la vegetación.
Los griegos de Micenas recibieron otras influencias. Sus contactos culturales con los hititas son palpables, por ejemplo, en el culto a Zeus de Labraunda (Asia Menor), cuyo origen era el dios de los vientos hitita. De Chipre tomaron prestada a Afrodita, diosa del amor, que a su vez era una adaptación de la diosa madre cananea, Astarté, cuyo rastro se remonta a Mylitta e Ishtar (asirias), Isis (egipcia) e Inanna (sumeria). De esta “globalización” religiosa en el mundo antiguo fueron conscientes siglos más tarde los propios griegos, que, de hecho, identificaban a los dioses foráneos con los suyos, como al egipcio Amón con Zeus.
Los poemas homéricos establecieron el canon de la familia de doce dioses que regían el destino del mundo desde su morada en el Olimpo.                                         

El panteón toma forma
Tendrían que pasar ocho siglos hasta el surgimiento de los primeros textos que recogieron la tradición oral poética de los mitos griegos, la Ilíada y la Odisea. Se atribuye su autoría a Homero, aunque sigue sin saberse quién fue o si los poemas fueron escritos por la misma persona o por varias. A esclarecerlo no ha ayudado que durante el período helenístico circularan todo tipo de biografías sobre el poeta. En cualquier caso se le sitúa en el siglo VIII a. C., época en que la escritura griega adopta una forma alfabética estable, y se asume, por los rasgos lingüísticos y los escenarios de su obra, su origen jónico (Asia Menor).
Los poemas homéricos tuvieron un gran valor religioso, ya que suplieron la ausencia de textos sagrados y ordenaron el batiburrillo mitológico griego. Esta confusión se debía a las migraciones y las guerras y al hecho de que en la época micénica cada ciudad y su casa real correspondiente tenían su propia genealogía mítica de dioses y héroes. La Ilíada estableció el canon de la familia de doce dioses que regían el destino del mundo desde su morada en el Olimpo. Aunque este se suele identificar con la montaña homónima, la mitología no es clara al respecto, pues a veces aparece como una región del cielo.
Los dioses garantizaban el orden, vigilaban su cumplimento y castigaban su transgresión, en ocasiones con más crueldad que los héroes humanos.
Los doce olímpicos eran dioses que sentían y se comportaban como los hombres, pero se diferenciaban de ellos por su inmortalidad y por una fuerza y una inteligencia superiores. Con Zeus como soberano, y siguiendo una organización aristocrática que evoca la de las cortes de la época micénica, garantizaban el orden, vigilaban su cumplimiento y castigaban su transgresión, en ocasiones con más crueldad que los héroes humanos. El problema es que se elaboraron distintas listas de quiénes eran en realidad los olímpicos. En general incluían la primera generación, es decir, los seis hijos de Crono y Rea (Zeus, Hera, Deméter, Hestia, Hades y Poseidón), pero dependiendo del autor unas veces desaparecía Hestia y otras Hades, la primera por su escaso protagonismo y el segundo porque vivía en el inframundo. La lista solía completarse con la segunda generación de olímpicos: Ares, Atenea, Apolo, Artemisa, Hermes, Afrodita y Hefesto.
La Teogonía de Hesíodo, poema del mismo siglo pero posterior a los homéricos, dio forma definitiva a los mitos referentes a la genealogía de los dioses. La obra relata la creación del mundo y las consiguientes luchas divinas hasta que Zeus destronó a su padre Cronos e instauró el gobierno de la generación olímpica.
Del mito al logos
A pesar de todo, la mitología griega no tardaría en cuestionarse. El desarrollo de una intensa cultura intelectual, con el cultivo de la filosofía y las ciencias, transformó el mundo helénico. En el s. VI a. C., la distinción entre el logos, o pensamiento, y el mito alimentó el escepticismo, y la razón terminó sustituyendo a la mitología como instrumento para comprender el universo. Por otro lado, el escandaloso comportamiento de los dioses y su lejanía respecto al hombre hicieron que el individuo pusiera en duda unas normas morales que ni los mismos dioses seguían. Con el tiempo, la resignación a la frívola e impredecible acción de los dioses y el deseo de obtener su favor dieron paso a la crítica y, finalmente, a la búsqueda de una nueva religiosidad.
Este artículo se publicó en el número 509 de la revista Historia y Vida. Si tienes algo que aportar, escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
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