En 1907, la pedagoga italiana María Montessori (1870-1952) abrió las puertas de su primera escuela en una barriada de Roma. Tenía 37 años y un currículo inaudito para una mujer en aquella época: había sido la primera italiana en licenciarse en Medicina, entre otros méritos.
En poco más de un siglo, el método pedagógico que aplicó en su Casa dei Bambini (Casa de los Niños) se ha expandido por todo el mundo. Hoy existen más de veinte mil escuelas Montessori, y muchos de sus principios están presentes en la enseñanza generalista.
Pervive así el legado de esta maestra nacida en el seno de una familia para la que la educación era fundamental. Tanto que, cuando María cumplió doce años, los Montessori decidieron mudarse de Chiaravalle (cerca de Ancona, en la costa adriática) a Roma para que su vivaz hija pudiera continuar estudiando. Querían que, más adelante, se dedicara a la enseñanza.
No obstante, la joven tenía por entonces otras aspiraciones. Le apasionaba la ciencia, y estaba determinada a estudiar Medicina. Incluso pidió la intercesión del papa León XIII para poder ingresar en La Sapienza. Al final, lo consiguió. Se licenció con 26 años.

Golpe de timón
Curiosamente, durante su período de asistente en la cátedra de Psiquiatría descubrió la vocación que sus padres habían querido para ella. En sus habituales visitas a los manicomios observó horrorizada cómo los niños con retraso mental vivían en las mismas condiciones que los adultos y eran tratados como dementes. Creyó que, con una pedagogía adecuada, podría sacarlos de allí.
Puso en práctica un proyecto educativo destinado a “proteger de la extinción la llama de la inteligencia” que había vislumbrado en los pequeños. No se equivocó. Logró que los niños aprobaran los mismos exámenes que realizaron escolares considerados normales.
Montessori se involucró en los movimientos feministas emergentes y se interesó por la filosofía y la antropología. 
El éxito de su método llamó la atención de las autoridades educativas, que le otorgaron diversas responsabilidades. Corría el cambio de siglo, una época en la que Montessori se involucró en los movimientos feministas emergentes y se interesó por la filosofía y la antropología. A su vez, centró su inquietud pedagógica en los niños de edad preescolar, a los que consagraría el resto de su vida.

Enseñar a pensar
En 1907 recibió el encargo de organizar la apertura y la enseñanza de un colegio para niños residentes en casas de protección oficial del paupérrimo barrio romano de San Lorenzo. Montessori potenció las vertientes social y pedagógica. La Casa dei Bambini debía ser un gran hogar, ordenado, limpio y regido por el afecto y la armonía.
El niño era el protagonista del proceso educativo. Por eso, el mobiliario estaba hecho a su medida y el material didáctico, pensado para ayudarle a descubrir las respuestas de forma autónoma y guiándose por el instinto. Los alumnos tenían sus derechos, y había que defenderlos de la opresión adulta.
En 1934, con el fascismo asentado en Italia, Mussolini ordenó cerrar todas las escuelas Montessori. 
El metodo della pedagogia scientifica de Montessori revolucionó las escuelas, hasta entonces en el marco exclusivo de la estricta disciplina, y no tardó en implementarse en otros colegios del país.La publicación, en 1909, de una guía sobre sus principios y la incansable labor de difusión de su artífice contribuyeron a su expansión por Europa (en Holanda, una de sus beneficiadas fue Ana Frank) y Estados Unidos.

La imposición dictatorial
En 1934, con el fascismo asentado en Italia, Mussolini ordenó cerrar todas las escuelas Montessori. María se exilió en Holanda, pero dedicaría gran parte de su tiempo a viajar para dar a conocer su propuesta. En India llegó a formar a 1.500 maestros, y frecuentó a intelectuales como Rabindranath Tagore. Su hijo Mario, a quien dio a luz como madre soltera y al que se vio obligada a ocultar durante años, le acompañó en muchos de sus viajes. En 1952, cuando estaba a punto de partir hacia África, murió de una hemorragia cerebral en su casa de Holanda. Había sido tres veces candidata al Nobel de la Paz. Como dijo en una ocasión esta pedagoga: “El establecimiento de una paz duradera es obra de la educación”. 

Este artículo se publicó en el número 550 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
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