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miércoles, 10 de enero de 2018

LAS GUERRAS DE 2018.LAS GUERRAS DE 2018

Las guerras de 2018Unos hombres yemeníes armados están sentados en las ruinas de una casa arrasada por una bomba en Saná, Yemen. (MOHAMMED HUWAIS/AFP/Getty Images)

LAS GUERRAS DE 2018





Desde Corea del Norte hasta Venezuela, estos son los conflictos de los que hay que estar pendientes 
LAS GUERRAS DEL 2018.
en 2018 por Robert Malley.
No todo es Donald Trump. Esta es una frase más fácil de escribir que de creer, dado el errático comportamiento del presidente estadounidense en el escenario mundial: sus tuits y sus burlas, su frívolo desprecio de los acuerdos internacionales, la rapidez con la que desautoriza a sus propios diplomáticos, los enemigos que se busca, tan peculiares, y los amigos que también se busca, todavía más peculiares. Y, sin embargo, que Estados Unidos se mire cada vez más el ombligo, que el poder internacional esté cada vez más repartido, que haya una militarización de la política exterior y que un margen para el multilateralismo y la diplomacia sean cada vez menores son características del orden internacional que ya estaban presentes antes del actual ocupante de la Casa Blanca y permanecerán después de que se vaya.
El atrincheramiento de Estados Unidos, la primera tendencia, empezó a forjarse hace años y se aceleró con la guerra de Irak de 2003, que, concebida para exhibir el poderío estadounidense, sirvió más bien para mostrar sus limitaciones. El exceso de compromisos en el extranjero, el cansancio en casa y un reequilibrio natural tras el periodo relativamente breve de supremacía indiscutible de Washington en los 90 eran señales de que se avecinaba un declive probablemente inevitable. El eslogan favorito de Trump, “América primero”, encierra una concepción del mundo nativista, excluyente e intolerante que es muy peligrosa. Sus lamentos sobre el coste de las intervenciones en el extranjero carecen de todo análisis sobre el precio que pagan los pueblos sometidos a esas intervenciones y se centran solo en lo que cuestan a quienes las efectúan. Pero no debemos olvidar que el senador Bernie Sanders (independiente por Vermont), en la misma campaña electoral, y Barack Obama, en campañas anteriores, también rechazaron los compromisos en otros países y criticaron las tareas de construcción nacional. Trump no ha influido en el ánimo colectivo, sino que es un reflejo de él.
La reducción de personal es una cuestión de grado, y ahora mismo hay aproximadamente 200.000 soldados estadounidenses en activo desplegados en todo el mundo, la cifra más baja en décadas. Al hablar de la capacidad de manipular y moldear las cuestiones globales, Estados Unidos también está disminuyendo su influencia a medida que el poder se traslada hacia el Este y el Sur y surge un mundo más multipolar, en el que los actores armados no estatales juegan un papel cada vez más importante.
La segunda tendencia, la militarización creciente de la política exterior, tampoco es solo una novedad, sino que más bien es la continuidad. Trump aprecia a los generales y desprecia a los diplomáticos. Su secretario de Estado tiene una propensión a desmembrar la institución en la que reside su poder que resulta todavía más curiosa. Pero lo único que están haciendo los dos es magnificar un modelo de actuación más general y más viejo. El margen de maniobra de la diplomacia ya se había reducido mucho antes de que Trump entrase en el Departamento de Estado con el hacha. En todas las zonas de conflicto, los líderes parecen cada vez menos dispuestos a negociar y más a luchar, y a hacerlo infringiendo las normas internacionales.
Uno de los principales motivos es lo mucho que la retórica de la lucha antiterrorista se ha impuesto en la política exterior, en la teoría y en la práctica. Ese discurso da carta verde a los gobiernos para tachar a sus adversarios armados de terroristas y tratarlos como tales. Más de una década de intensas operaciones militares de Occidente ha contribuido a crear un entorno más permisivo para el uso de la fuerza. Muchos conflictos recientes han estallado por territorios de gran valor geopolítico, el aumento de rivalidades regionales y entre grandes potencias, más intervención exterior en determinadas guerras y la fragmentación y proliferación de grupos armados. Hay mucho más en juego, más actores y menos coincidencia entre sus intereses fundamentales. Todo ello hace que sea más difícil llegar a acuerdos.
La tercera tendencia es la erosión del multilateralismo. Si el expresidente Obama intentó, aunque con resultados desiguales, gestionar y amortiguar el declive relativo de Estados Unidos a base de impulsar los acuerdos internacionales, como el acuerdo de París sobre el clima, el presidente Trump rechaza todo eso. Prefiere que la responsabilidad la tengan otros en lugar de compartirla.
Pero también esta dinámica tiene unas raíces más profundas. En cuestiones de paz y seguridad internacional, hace muchos años que se manipula el multilateralismo. La animosidad entre Rusia y las potencias occidentales ha hecho que el Consejo de Seguridad de la ONU se vea impotente en los conflictos importantes, al menos desde la intervención de 2011 en Libia, y ahora invade los debates de casi todas las crisis que debe abordar el consejo. Trump no es el único que da más importancia a los acuerdos bilaterales y las alianzas ad hoc que a la diplomacia multilateral y las instituciones intergubernamentales.
No todo es Trump, pero mucho, inevitablemente, sí.
Las amenazas más siniestras que se ciernen en 2018 —la guerra nuclear en la Península de Corea y una espiral de enfrentamiento entre Estados Unidos, con sus aliados, e Irán— pueden agravarse debido a las acciones, inacciones e idiosincrasias de Trump. Las demandas estadounidenses, como la desnuclearización en el caso de Corea del Norte o la renegociación unilateral del acuerdo nuclear de Irán, no son realistas si no van acompañadas de un diálogo diplomático serio o concesiones recíprocas.
Hay otro foco posible: el polvorín de Jerusalén, que no ha entrado en la lista porque surgió de forma inesperada. En el momento de escribir estas líneas, todavía no ha estallado. Pero, aun así, la decisión de Trump de reconocer Jerusalén sin ninguna justificación internacional y con riesgo de explosión es, in duda, un gran ejemplo de mala praxis diplomática.
Como sucede con todas las tendencias, surgen también otras contrapuestas, a menudo impulsadas por el malestar que provocan las dominantes. Los europeos están defendiendo el acuerdo iraní y pueden acabar intensificando su independencia estratégica y de seguridad, el presidente Emmanuel Macron está poniendo a prueba el alcance de la diplomacia francesa, y el consenso internacional sobre la actuación contra el cambio climático se mantiene. Tal vez los Estados africanos, que ya están organizando esfuerzos para abordar diversas crisis en el continente, tomen la iniciativa en la República Democrática del Congo o en alguno de los demás conflictos de la región. Quizá ellos o algún otro grupo puedan convencer de la necesidad de más diálogo y de que hay que desactivar las crisis, no exacerbarlas.
Son clavos muy finos a los que aferrarnos. Pero, como muestra la lista que ha elaborado International Crisis Group de los 10 conflictos principales que hay que observar en 2018, la triste realidad es que, al menos por ahora, son seguramente las únicas esperanzas de que disponemos.

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