Teodoredo. Visigodos, hunos y romanos, tiempo de Bárbaros.

Teodoredo, llamado por algunos como San Agustín, o Teodorico I, sucesor de Walia, se sintió desligado del pacto que éste suscribió con Roma e intentó ampliar sus dominios galos. En los primeros años de su Reinado, los vándalos, tras ser derrotados por Walia, buscaron refugio entre los suevos de Galicia, se levantaron contra los que les ofrecieron hospitalidad; pero fueron rechazados y obligados a regresar a su anterior territorio de la Bética
Llevados por su espíritu de destrucción, asolaron las costas valencianas, saqueando y destruyendo Cartagena y pirateando por las Islas Baleares, pero un acontecimiento inesperado iba a librar a la Bética de semejantes depredadores. En el año 426 falleció el Emperador Honorio, sucediéndole Valentiniano III, un niño de seis años.
Hijo de Gala Placidia, viuda de Ataúlfo y de Constancio, su cuñado Honorio que no tuvo hijos lo elevó a la categoría de Augusto y Corregente en 421. Gala Placidia, tras la muerte de su esposo Constancio que solo Reinó siete meses con el nombre de Constancio III, asumió la Regencia. Pronto empezaron las intrigas y las ambiciones de poderosos rivales. Juan, alto funcionario real, tomó la púrpura en Roma, pero no se pudo mantener. Teodosio II, Emperador de Oriente apoyó a Gala Placidia con un importante Ejército.
El General Aecio era un semibárbaro, cuyo padre, Gaudentius, nacido en Escitia[1], había desempeñado el cargo de magister. Aecio, que en su juventud fue rehén de los hunos, y aún antes partidario del usurpador Juan, para quien reclutó un Ejército de hunos, era ahora, Consejero y General Valentiniano III. Bonifacio, Gobernador de África, se mantuvo fiel a Valentiniano III, pero su soberbia obligó a Gala Placidia, inducida por Aecio, a tomar medidas militares contra Bonifacio, quien, para defenderse de los ataques romanos, adoptó una grave resolución: llamó en su ayuda a los vándalos de la Bética, que acudieron, con su Rey Genserico a la cabeza.
El historiador Jordanes retrata a Genserico:
“Era de mediana estatura, cojo, a consecuencia de una caída de caballo; impenetrable en su pensamiento, parco de palabras, despreciador de la adulación, impetuoso en la ira, ansioso de riquezas, muy prudente y hábil para manejar a los pueblos y muy astuto 
Los vándalos, cargados con el rico botín producto de sus saqueos cruzaron el Estrecho de Gibraltar con sus mujeres e hijos en número de 80.000 en 428. Bonifacio tardó poco en arrepentirse de tomar esa rencorosa decisión. Los vándalos se apoderaron de toda la Mauritania, sitiaron Hipona[2], donde falleció San Agustín, tomaron Cartago y fundaron en África un Imperio que sólo la espada de Belisario, el General bizantino, pudo destruir posteriormente.
Mientras tanto, los visigodos, aprovechando estas luchas y deseosos de recobrar los territorios de la Galia que el difunto Honorio concedió a Ataúlfo, pusieron sitio a la ciudad de Arlés[3].  Aecio acudió rápidamente y obligó a Teodoredo a levantar el sitio y a retirarse a su capital, Tolosa. Visigodos y romanos vivieron entre la guerra y la paz durante algún tiempo, firmando tratados que los visigodos rompían poco después; pero Teodoredo seguía ensanchando sus dominios hacia el Loira y el Ródano.
Bonifacio hizo la paz con Rávena y Gala Placidia le nombró Generalísimo sustituyendo a Aecio, que acumuló un poder excesivo tras sus éxitos en las Galias contra los francos y los visigodos. La guerra estalló entre Aecio y Bonifacio que se enfrentaron en Rímini (Norte de Italia), venciendo Bonifacio, aunque fue herido de muerte. Aecio se refugió entre sus antiguos amigos, los hunos, regresando al frente de una horda de estos bárbaros.para sembrar las semillas de las diferencias y el odio”.
 La indefensa Gala Placidia tuvo que restablecerle en su antigua dignidad, con lo que Aecio se convirtió en el hombre más poderoso de Occidente, hasta que cayó cobardemente asesinado en 454 por la espada de Valentiniano III, que recelaba de los planes de este General omnipotente, siendo esta la única vez que el inepto Emperador desenvainaría su espada. Un año después, la venganza de los amigos de Aecio alcanzaba al Imperial asesino, que cayó víctima de conjura en el campo de Marte, en Roma.
Teodoredo, viendo a Aecio y a Bonifacio enfrentados entre sí, marchó sobre Narbona en 434. Litorio[4], el lugarteniente de Aecio en la Galia, que era pagano y simbolizaba las tradiciones de la Antigua Roma, rechazó a Teodoredo obligándole a encerrarse nuevamente en Tolosa. El visigodo la ofreció la paz y Litorio, orgulloso, la rechazó.
Teodoredo entonces se decidió a exponerse a un nuevo enfrentamiento en el que los romanos sufrieron graves pérdidas, y el mismo Litorio perdió la vida. Tras esta victoria, los visigodos pudieron extender sus dominios hasta el Ródano, viéndose los romanos a pedir la paz por medio de Avito, prefecto pretoriano de las Galias.
Teodoredo, consecuente con la política antiromana que había adoptado, intento reforzar su posición mediante alianzas matrimoniales. Casó a una de sus hijas en 449 con Hunnerico, hijo del Rey vándalo Genserico, y a otra con el Rey suevo Requiario en el mismo año. Éste, convertido al Cristianismo, aunque no por ello abandonó sus costumbres bárbaras, decidió buscar esposa. Escogió el camino vasco-navarro, saqueando sus comarcas. Franqueando los Pirineos, llegó a Tolosa, donde asombró a los propios visigodos por su rudeza y salvajismo. El camino de regreso lo hizo por Lérida y Zaragoza, ciudades que asoló y devastó, regresando impunemente a sus dominios.
Un nuevo peligro obligó a Teodoredo a deponer su política antirromana: los hunos que irrumpieron en las Galias en los años 451-452. Atila, diminutivo gótico que significa ‘el padrecito’, tras asesinar a su hermano Bleda consiguió reunir bajo su mando a todas las tribus dispersas. Los hunos, pueblo de origen mongol, eran más salvajes que todos los demás pueblos bárbaros. De baja estatura, rechonchos, cabezotas, imberbes, de rostros achatados en los que apenas si podían reconocerse rostros humanos. Las piernas muy arqueadas por pasarse más de la mitad de la vida a caballo, les proporcionaba un modo de andar torpe y bamboleante. Su vestimenta era pobre: cubrían su cuerpo con una casaca de burdo paño, que no lo sustituían hasta que se caía a trozos. Los pies y las piernas los envolvían en pieles de cabra. Se diría que estaban clavados a sus caballos; sobre ellos comían, bebían, dormían y trataban sus asuntos. Su alimentación se componía de raíces, plantas silvestres y de la carne de los animales que cazaban, cuyos pedazos ponían entre sus muslos y el lomo del caballo para calentarla y ablandarla antes de comerla cruda.
No conocían el arado, no tenían campos ni casas, siempre andaban errantes. Si bajaban de los caballos era para dirigirse a las carretas, donde estaban las mujeres y los niños. El contacto con el Imperio suavizó algo sus costumbres, habiéndose atenuado su nomadismo. Rúa (?-433), uno de sus caudillos, en sus negociaciones con Rávena y Constantinopla alcanzó la condición de federado. Su nieto, Atila, construyó en la llanura húngara su casa de madera, que era un verdadero palacio, disponiendo de unas termas a la moda romana.
En un banquete que Atila ofreció a un embajador bizantino no faltó nada de la refinada civilización; hubo poetas, cantores y bufones. Atila, vencedor de los gépidos y de los ostrogodos, a los que obligó a rendirle vasallaje; triunfador de los marcómanos, de los quados y de los suevos; dueño de Hungría, a la que habían dado su nombre los hunos; que obligó a Teodosio III, Emperador de Bizancio a cederle la Iliria y a pagarle 6.000 libras de oro anuales y un tributo, se debatía en la duda de a cuál de las dos partes del mundo sojuzgar, si al Oriente o al Occidente.
Según parece, dos hechos determinaron su marcha a Occidente. El primero, aunque no el más decisivo, se basó en los ánimos que le infundió el vándalo Hunnerico, que le persuadió de que con su ayuda se apoderaría fácilmente de Italia, de las Galias, de España y de África, lo que les convertiría en dueños del mundo, pero bajo, la oferta del vándalo subyacía un temor; Hunnerico sospechando que su esposa había querido envenenarle, ordenó que le cortaran la nariz y las orejas, enviándola de esta terrible guisa a su padre. Temeroso Hunnerico que este acto de barbarie despertara la justa ira y venganza de Teodoredo, prefirió buscarse un poderoso aliado en Atila.
Seguramente lo que decidió a Atila a marchar sobre Occidente fue la acción de la ambiciosa Honoria, que conspiraba contra su hermano Valentiniano III. Honoria había enviado al polígamo Atila, por medio de un eunuco, su anillo nupcial, ofreciéndole como dote la mitad del Imperio de Occidente.
Atila aceptó el anillo nupcial, pidió a Valentiniano III que le enviara a su hermana y reclamó la dote. El Emperador rechazó estas peticiones. A esta negativa respondió Atila cruzando el Rhin al frente de un numeroso Ejército, constituido fundamentalmente por hunos, ostrogodos, gépidos, turingios y alamanes, tomando Metz (Austria) e invadiendo las Galias en 451.
El peligro y la amenaza que representaban los hunos hizo que imperiales y visigodos olvidaran sus discrepancias. Aecio logró formar apresuradamente, un Ejército compuesto por burgundios, sajones y celtas. Aecio y Teodoredo consiguieron convencer a Meroveo (Mere-Wich), primer Rey de los francos y fundador de la dinastía merovingia, para que se uniera a ellos y presentar así un frente común contra Atila.
En las proximidades de Chalons-sur-Marne (comuna francesa, cerca del Loira) se encontraron los dos Ejércitos. Teodoredo, que junto con su hijo Turismundo mandaba el ala derecha, atacó el grueso del Ejército de Atila, con tal arrojo y coraje que hizo tambalear y retroceder a los fieros hunos.
La sangrienta batalla de los Campos Cataláunicos, nombre que entonces designaba a la amplia llanura de la Champagne, situada a 173 kilómetros al Este de París, demostró que Atila no era invencible. Aunque la batalla quedó indecisa, pues Atila aprovechó la noche para retirarse sin que nadie le persiguiera. Aecio pudo considerarse estratégicamente como el vencedor. Turismundo halló el cuerpo de su padre entre un montón de cadáveres.
A Teodoredo le correspondía una gran parte del honor de esta victoria. Atila, a pesar de la derrota, pudo organizar sus fuerzas y las lanzó sobre Italia, obligando a Rávena a pedir la paz, tras lo cual se retiró a sus estepas húngaras donde en 453 murió repentinamente, después de celebrar una de sus innumerables bodas.
Dice la leyenda que la responsable de su muerte fue la germana Hildico, que deseó vengarse de su despótico esposo, la misma noche de los esponsales, por la muerte que éste dio a los Príncipes burgundios de Worms. Lo más probable es que una hemorragia acabara con su vida El Imperio huno se deshizo tras la muerte de Atila. Sobre el mismo campo de batalla Turismundo fue elegido Rey de los visigodos.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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Bibliografía
RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.
[1] En la Antigüedad clásica, Escitia era la región euroasiática habitada por los pueblos escitas desde el siglo VIII a.C. hasta el II d.C. Su extensión varió a lo largo del tiempo, pero en general comprendía las llanuras de la estepa póntica desde el Danubio hasta las costas septentrionales del Mar Negro.
[2] Hippo Regius​ o Hipona, fue una antigua ciudad de Numidia a la orilla del río Ubus. Fue una colonia de Tiro, residencia de los reyes de Numidia. Allí vivió San Agustín de Hipona que murió en la ciudad el 28 de agosto de 430 durante el asedio de la ciudad por los vándalos.
[3] Arlés es una ciudad del sur de Francia, en el departamento de Bocas del Ródano, del cual es una subprefectura, en la antigua Provincia francesa de Provenza.
[4] Litorio fue un General romano del periodo del Imperio Romano de Occidente que sirvió principalmente en la Galia a las órdenes del magister militum Flavio Aecio.

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