María de Molina, la tres veces reina

María de Molina: la mujer que reinó tres veces.

Cuando en 1282 contrajo matrimonio con Sancho (segundogénito de su primo hermano el rey Alfonso X el Sabio), nada hacía presagiar que María Alfonso de Meneses –su nombre real- terminaría convirtiéndose en un personaje tan crucial.[1] Y es que ella no estaba destinada a ser reina porque el heredero de Alfonso X era Fernando de la Cerda, cuyos derechos pasarían a sus hijos en caso de fallecimiento, según se reconocía en las Partidas. Éstos eran muy pequeños cuando quedaron huérfanos (1275) y el mayor de ellos, llamado Alfonso, apenas tenía 14 años al fallecer su abuelo homónimo en 1284.
Sin embargo, el derecho consuetudinario de Castilla (mucho más arraigado que la nueva legislación alfonsí), contemplaba a los hermanos menores para la sucesión, lo que aprovecharía Sancho para ser declarado legítimo sucesor por su padre, con la total oposición de la reina Violante de Aragón, que defendía a ultranza a sus nietos Alfonso y Fernando. Los infantes de la Cerda también contaron con el apoyo de los franceses, ya que su madre (Blanca) era hermana del rey francés, que aspiraba a ampliar sus territorios.[2]
Los detractores de Sancho quisieron deslegitimar a sus descendientes cuestionando la validez de su enlace con la prima de su padre, celebrado en julio de 1282, justo el mismo año en que se postuló heredero. ¿Casualidad?. El Papa Martín IV declaró de “incestas nuptias” el matrimonio y ordenó separarse inmediatamente a los esposos tras medio año de unión.[3] La bula papal llegaría en 1301, seis años después de morir Sancho, cuando Bonifacio VIII no pudo negarse a argumentos tan convincentes como los 10.000 marcos de plata procedentes del reino castellano-leonés, en grave crisis económica entonces.
Con mucha perspicacia política, María de Molina encontró los apoyos necesarios para la causa del joven soberano (legitimado con 16 años), pese a los distintos frentes abiertos en su contra. La “sencillez y sagacidad” de la reina madre favoreció el respaldo de las oligarquías urbanas y la recuperación de “la fidelidad de la nobleza, de muchos soldados y de casi todos los enemigos de la realeza” (Crónica de los reyes de Castilla, Jofré de Loaysa). Además, no se ensañó con quienes obstaculizaron la paz del reino, sino que procuró poner sosiego siendo prudente: aplacó los impulsos de su hijo Fernando (vengativo y mal aconsejado) y medió para asegurar la armonía cuando hubo problemas con la tutoría de su nieto Alfonso XI.
Consciente de su poder, utilizó a sus hijos para conseguir la lealtad de las ciudades, repartiéndolos por distintos enclaves del reino porque “los omes avrian mayor vergüenza é guardarían mejor las villas é las otras tierras enderredor” (Ferrán Sánchez de Valladolid, Crónica de Fernando IV). También promovió alianzas dinásticas entre Castilla y Portugal con el Tratado de Alcañices (1297) y aprovechó la solidaridad femenina fomentando el entendimiento con su consuegra, la reina portuguesa (canonizada por su devoción). Y es que Isabel de Portugal se esmeró en calmar los ánimos de algunos de los hombres más poderosos de la época: intervino entre su esposo y su hijo, promovió las Paces de Campillo (1304) entre su hermano Jaime II de Aragón y su yerno, Fernando IV de Castilla y, al parecer, rezaba en los campos de batalla para evitar el combate. María de Molina quizá no fuese tan extremadamente devota, pero la acción conjunta de las soberanas garantizó años de estabilidad a la península ibérica.
Como reina-abuela empleó todos los medios a su alcance para garantizar la paz, como ya hiciera durante la minoría de edad de Fernando. Heredó de su abuela Berenguela esa actitud conciliadora, aunque ambas hubieron de recurrir a métodos propiamente masculinos.[4] El agustino Henrique Flórez aludió, en 1790, al “vigor varonil” de María de Molina, “muger fuerte, probada y acrisolada en tres Reynados, cada uno a qual mas lleno de turbulencias”, pero que huyó de la violencia siempre.[5]
La tres veces reina testó dos veces: en 1308 y en 1321, dos días antes de su deceso (el primer día de julio de ese año). En ambos testamentos recuerda a su hijo y a su nieto, respectivamente, los esfuerzos realizados para afianzarlos en el poder.[6]
Si ella hubiera sido de otra manera quizá la historia habría sido diferente, por lo que es innegable la valiosa labor emprendida por la única mujer que reinó tres veces en Castilla.
Autora: Blanca Navarro Gavilán para revistadehistoria.es
1] Alfonso X y María de Molina eran nietos de Alfonso IX de León y Galicia. Ver imagen (árbol genealógico  ).
[2] Nos referimos a Felipe III, sucesor en el trono de San Luis de Francia (hijo de una infanta de Castilla, por cierto), que impulsó varias expediciones a Tierra Santa, las últimas Cruzadas, que se extinguieron tras su deceso (1270).
[3] Se alegaba consanguinidad de tercer grado entre Sancho y María, a lo que se añadía el hecho de que él no hubiera revocado los esponsales celebrados años antes con la hija del Vizconde de Bearne, razones más que suficientes para deslegitimar la unión. A pesar de esto, María de Molina no cejaría en su intento de conseguir le validación de su enlace, lo que redundaría en la legitimidad de sus vástagos.
[4] Georges Martin (2007), Negociación y diplomacia en la vida de Berenguela de Castilla (1214-1246). Cuestionamiento genérico. http://e-spania.revues.org/21609
[5] Henrique Flórez, Memorias de las reynas catholicas: historia genealógica de la casa real de Castilla y de León, 2 t., Madrid: Marin, 1790.
[6] César González Mínguez, El perfil político de la reina María de Molina,
http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:ETFSerieIII-2012-25-2080&dsID=Documento.pdf
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