RENACER CULTIRAL

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martes, 12 de diciembre de 2017

A recuperar el zemí taíno de algodón

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Existen diversas referencias sobre el uso del algodón en nuestros ancestros taínos y en las demás poblaciones indígenas de las tierras descubiertas. Comenzando por el propio Almirante de la Mar Océana que describe las plantaciones que conoció en Cuba, en San Salvador y en La Hispaniola. "Nacen por los montes árboles grandes y creo que en todo tiempo la haya para coger", escribe Cristóbal Colón en su Diario. Los indígenas les llevan "muchas cosas de algodón labrado y en ovillos hilados". Refiere que en Samaná "había mucho algodón y muy fino y luengo", relatando que las mujeres casadas traían sus bragas de algodón y confeccionaban paños de la misma especie que usaban como "mantillas".
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Hernando Colón, Oviedo y Las Casas, entre otros, también atestiguan en sus escritos la "grandísima abundancia de algodón... tanto que en una sola casa vieron más de 12,500 libras de algodón hilado", según afirmara el primero de estos. Las redes para pescar, las hamacas donde descansaban, las enaguas con que las mujeres cubrían sus partes íntimas, las mantas que cubrían los cuerpos de los guerreros, los regalos que hacían a sus ingratos huéspedes, los tributos que debían pagar los menores de catorce años (los mayores pagaban con oro) eran de algodón.
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Anacaona obsequió a Bartolomé Colón cuatro rollos de algodón hilado de peso "inmenso" y Oviedo consigna que cuando el Cacique Enriquillo se encontró en las lomas del Bahoruco con Francisco de Barrionuevo procurando la paz para los de su estirpe, sus hombres "traían alrededor del cuerpo, desde los sobacos hasta las caderas, rodeado, muchas vueltas de hicos o cuerdas de algodón, juntas y espesas, en lugar de corazas". Podemos dar por sentado pues, que esta "planta vivaz de la familia de las Malváceas" en la descripción del diccionario de la RAE, era un cultivo de mucho valor para los habitantes originarios de nuestras tierras.
Uno de los usos del algodón se destinaba al enterramiento de sus prohombres. Los taínos creaban sus ídolos de piedra o de madera y en ellos solían colocar los huesos de sus padres y parientes más cercanos. Y en el caso de los caciques, que eran sus gobernantes, el destino de sus huesos, especialmente el cráneo, eran unas capuchas tejidas con algodón. Estos zemís eran objeto de veneración, con los cuales los indígenas rendían culto a sus antepasados. De los primeros, se conocen algunas piezas que sobrevivieron a los tiempos. Del zemí de algodón, no se conocía su existencia hasta que unos investigadores norteamericanos y alemanes dieron cuenta de un ejemplar hacia el siglo dieciocho.
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Sin que entremos en mayores detalles, (materia de expertos -que no lo soy- es este tema tan singular de nuestra historia cultural) anotemos que el único zemí de algodón que conocen nuestros tiempos, fue encontrado en las cuevas del Maniel, en San Cristóbal, y unos investigadores extranjeros dibujaron como pudieron la importante pieza y dieron noticia de su existencia. En esa época, pensamos nosotros, el país era una enorme aldea pelonera, sin ningún sistema institucional que pudiese proteger los bienes ancestrales de nuestra cultura. Con toda seguridad, los exploradores y los labriegos rurales de entonces encontraban piezas taínas originales que tal vez entendían que no tenían valor alguno, por lo que es de suponer que muchos objetos indígenas se perdieron, pero otros se salvaron para la posteridad como consecuencia del interés de personas y familias que, con nociones culturales básicas, conservaron dicho patrimonio, en ocasiones otorgándolas como legados al Estado y en otras transfiriendo dicho patrimonio a otras esferas. Fue así como el zemí de algodón fue adquirido por la familia Cambiaso, italianos de origen genovés que se habían establecido en el país. Hacia 1903 ya el zemí de algodón había sido expatriado precisamente a Génova por uno de los hijos del matrimonio Cambiaso, desde donde siguió otros rumbos en fechas no precisadas. En 1970, el historiador Bernardo Vega inició la búsqueda de este zemí a partir de una visita que realizara al Museo Británico. El zemí no había estado allí, como llegó a creerse en un tiempo, pero sí una fotografía de la pieza. Recuerdo que en la década de los noventa estuve en Londres y me interesé en conocer el zemí porque un historiador amigo me dijo que no dejara de visitar el Museo Británico porque allí estaba exhibiéndose esta misteriosa figura taína. No pude encontrarla por ningún lado, pero confieso que tampoco puse interés en preguntar el paradero de la misma porque mi viaje no era investigativo sino turístico. Obviamente, mi informante andaba despistado, porque Vega hacía rato que había dado con el paradero de este icono aborigen, luego de indagar en los museos de Génova y ser informado de que el único zemí con las características que el intelectual dominicano buscaba estaba en el Museo de Antropología y Etnografía de la Universidad de Turín.
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En efecto, allí estaba, y Vega comunicaría después públicamente, si no recordamos mal hacia 1973, hace justo cuarenta años, que el zemí taíno de algodón, único en su especie, se encontraba en la referida institución turinesa. Desde el punto de vista histórico y patrimonial se trataba de un hallazgo relevante. Desde entonces, no llegan a diez, tal vez, los dominicanos que conocen esta pieza extraordinaria, fundamental en el examen y conocimiento de la vida y creencias de nuestros ancestros taínos. Aprovechando la celebración en Italia, en el año 2010, de una semana dedicada a la literatura dominicana, organizada por el escritor Danilo Manera, nativo y residente de la ciudad de Alba, a menos de tres horas de Turín, encaminamos nuestros pasos hacia esta ciudad con la finalidad de conocer el zemí de algodón y de intentar un acercamiento con las autoridades culturales italianas a fin de poder mostrar, por primera vez, en Santo Domingo, pieza tan valiosa extraída del Maniel sancristobalense hacía más de un siglo.
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El escritor italiano, gran amigo, Danilo Manera realizó los contactos de rigor a fin de que fuese recibido por los directivos del museo citado, en Turín. Grande sería nuestra sorpresa cuando supimos que la citada institución confrontaba problemas financieros desde hacía más de una década, situación que afectaba su operatividad, por lo que se mantenía cerrada al público, sin posibilidades de que volviese a funcionar como antes, a causa de la severa crisis económica que viene afectando desde hace años, agravada sin dudas últimamente, a las instituciones culturales italianas. En consecuencia, los directivos del museo se prepararon para abrir el mismo exclusivamente a la delegación que encabezábamos, que formaban además del propio Manera, mi esposa Miguelina Hernández, el poeta José Mármol y su esposa Soraya Lara. Después de una espera que nos pareció larga, en medio de la ausencia de dinamismo del enorme edificio del Museo de Antropología y Etnografía de Turín, en receso total, unos técnicos llegaron con el zemí de algodón que estaba resguardado en una bóveda, según nos explicaron.
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Así conocimos esta histórica pieza taína de 75 centímetros de altura, que conserva un cráneo cubierto por un tejido de algodón que protege además el resto de la réplica de la estructura humana, en pequeño, que constituye este objeto preciado. Tan preciado que su imagen constituyó por muchos años el símbolo con que se identificaba la institución referida. Bernardo Vega se ha encargado de describir cada una de las partes que conforman esta pieza: turbante, orejas, ojos, dentadura, collar, faja, genitales, manos, pulseras, brazaletes. A partir de entonces, iniciamos un proceso arduo para tratar de conseguir que el zemí de algodón regresase al país, primero para una exposición de seis meses, como comunicamos a los directivos del museo, y posteriormente, conforme nuestro plan intentar una negociación, de gobierno a gobierno, para lograr que el zemí se quedase definitivamente en su casa. Aunque siempre con muchas dificultades, algunos países, muy pocos desde luego, han logrado regresar a sus tierras objetos valiosos de su patrimonio que habían sido vendidos, hurtados o facilitados para exposiciones temporales. En el caso del zemí dominicano -llamémosle así- poco podía hacer, según nuestras indagaciones, el Ministerio para los Bienes y la Actividad Cultural, que es como se denomina el equivalente italiano del Ministerio de Cultura nuestro. El museo de Turín no es dependencia de este organismo, sino de su universidad y a su vez tiene jurisdicción sobre el mismo un ente municipal de esta ciudad italiana que se encarga del patrimonio y las bellas artes, con autonomía propia.
Después de haber alimentado con falsas esperanzas nuestras aspiraciones, las autoridades del museo cerraron las compuertas de la negociación y se ocultaron para siempre, algo fácil para ellos ya que, al estar cerrada la edificación, bastaba con que cada uno volviese a sus menesteres particulares, cerrase el portón de entrada y clausurase la telefonía para no recibir más llamadas y correspondencias de las autoridades culturales dominicanas del momento.
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Y allí sigue estando nuestro zemí de algodón, un patrimonio cultural dominicano de enorme valor. Encerrado en una bóveda, esperamos que bien cuidado, sin ser exhibido y sin estar al alcance de la vista y el conocimiento de investigadores, interesados y curiosos no solo de nuestro país sino de toda la antillanía y el Caribe, como parte del ancho entramado que forman las tierras descubiertas por el gran navegante genovés. Si el museo de Turín tenía varios años cerrado, nos parece que será difícil en las presentes circunstancias económicas europeas que pueda ser reabierto. El momento luce propicio tal vez para que las autoridades culturales de nuestro gobierno inicien una cruzada diplomática a fin de hacer regresar a casa esta pieza taína invaluable. Se trata de un patrimonio cultural del país que no puede seguir siendo desconocido por las generaciones de historiadores, antropólogos, etnógrafos y estudiosos del proceso de vida indigenista que saben de la existencia del zemí de algodón pero que nunca han podido verlo, más que en fotografías. Nosotros hicimos todos los esfuerzos posibles, hasta llegamos a crearnos expectativas sobre la posibilidad de tenerlo aún fuese temporalmente en el Museo del Hombre Dominicano, como medio incluso de atracción turística, pero todo el empeño resultó en vano. Si mencionamos el caso ahora, es para tratar de que no nos olvidemos de nuestro zemí, redescubierto por Bernardo Vega hace cuarenta años, que lo reclamemos -sobre todo, cuando hace rato no está en exhibición- y que logremos con un buen manejo diplomático (en el que debería intervenir necesariamente nuestra Cancillería, y junto con el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Turismo) que el ancestro envuelto en el tejido de algodón que cubre este objeto taíno, se reencuentre de nuevo con la tierra de sus antepasados.
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(Sugerimos la lectura de Santos, Shamanes y Zemíes. Bernardo Vega. Fundación Cultural Dominicana: 1987 / 185 pp.)
www. jrlantigua.com

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