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sábado, 11 de noviembre de 2017

El «amor ciego» de los últimos zares que aceleró la Revolución rusa


Nicolas II y Alejandra Fiódorovna se enamoraron a primera vista y lucharon durante 10 años contra la opinión de sus respectivas familias

MadridActualizado:
Los zares de Rusia Alejandra Fedorovna y Nicolás II - ABC
http://www.abc.es/historia/abci-amor-ciego-ultimos-zares-acelero-revolucion-rusa-201711120210_noticia.html

Bajo la amenaza de perder los innumerables privilegios e incluso la corona, algunos se rebelarían contra los deseos de sus padres. La
 princesa Alix Hesse (la nieta favorita de la Reina Victoria I de Inglaterra) y el zarévich Nicolás II desacatarían las órdenes imperiales para consagrarse al amor. La pareja, tras un largo y complicado noviazgo, se casaría con la resignada bendición del zar Alejandro III.El amor y las alianzas políticas no podían hermanar, pues el ansia de poder y la expansión territorial de los reyes ensombrecían a las grandes emociones. Los sentimientos debían ser bloqueados, como parte del sacrificio para la supervivencia de cualquier trono. Vivir enamorado era un privilegio que pocos soberanos pudieron gozar. Siendo así, aquellos que se dejaban llevar por los impulsos del corazón firmaban su propia sentencia.
No obstante, se podría decir que los últimos zares nacieron únicamente para amarse. Durante 10 años sus almas vivirían el dasasosiego y lucharían para estar juntos pese a la negativa de sus familias.
La muerte pisándole los talones al zar Alejandro III (el padre de Nicolás II) permitió a los jóvenes amantes obtener su resignada bendición. De esta manera el zarévich y Alix unirían sus destinos hasta su ejecución el 17 de julio de 1918. Este matrimonio fue un ejemplo de ternura, confianza, respeto y de mutua devoción. No obstante, su papel principal como patriarcas del pueblo ruso fue una auténtica aberración. El amor desmedido entre ambos centralizó todas sus prioridades en la familia imperial, pero no en los deberes con su pueblo.
La autocracia y la actitud de Nicolas II y Alejandra Fiódorvna (nombre que adoptó Alix al convertirse a la Iglesia ortodoxa) los convirtieron en cómplices del hambre, la miseria y la muerte tras las puertas del Palacio de Invierno. Esta situación despertaría a la inevitable furia de la Revolución de Octubre, la cual sellaría el trágico destino de los amantes y sus hijos para ponerle fin a los 300 años de la dinastía Romanov en el poder y al régimen zarista.
«Alejandra lo hacía aparecer como totalmente desposeído de cualquier voluntad o energía. Probablemente, además, la determinación de mantener a toda costa la autocracia –él y solo él podía gobernar Rusia sin ayuda de nadie», aseguró el escritor Fernando Schwartz en su obra «La caída del Palacio de Invierno»
Sunny y Nicky (como así se llamaban en la intimidad), en esa bendición de despertar juntos, no conocerían ni la amargura ni la soledad. No obstante, la arrogancia de Alejandra Fiódorvna le hizo asegurar que su marido era el zar por derecho divino. De esta manera el amor ciego y la soberbia les impidieron ver los graves errores en el otro como emperadores. El sentido de la justicia estaba bajo la sombra de su pobre criterio. Por esta razón, al condenar a su pueblo a una vida inhumana terminarían por sentenciarse a sí mismos.
Ninguno estaba preparado para hacerse cargo del vasto imperio. La actitud del matrimonio les impidió empaparse de una mentalidad progresista, la cual les permitiría enfrentarse y sobrevivir a las crisis sociales del turbulento siglo XX, con la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa.
«La realidad es que fue quizá el menos capaz de los zares rusos, y precisamente le tocó vivir uno de los momentos más duros de la historia. Su incompetencia y su mala suerte, agravada por terribles decisiones y por el desastre de la I Guerra Mundial, fue lo que precipitó su caída», aseguró Simón Sebag Montefiore, el reconocido historiador en su obra «Los Romanov»

Amor a primera vista

El amor entre Nicolás y Alix surgió durante durante la celebración del enlace matrimonial entre el gran duque Sergio Aleksándrovich y la princesa Isabel Hesse (nieta de la Reina Victoria I y hermana de la futura zarina). Ambos quedarían fascinados nada más verse.
Nadie podría imaginarse que aquella niña de 12 años, introvertida y de una personalidad distante, se enamoraría a su corta edad; ni que el zarévich le correspondiera y ansiara tomarla como esposa a los pocos días de conocerse.
Para el momento en que ambos intercambiaron por primera vez sus percepciones sobre la vida y el amor, Nicolás se iniciaba como hombre en un romance con la prima ballerina Matilde Kschessinska, hecho que confirma el historiador Simon Morrison en su obra Bolshoi Confidential: Secrets of the Russian Ballet. El zar Alejandro III consideraba oportuno que su hijo conociese la pasión antes de cumplir con su deber en una futura alianza matrimonial, donde estaría condenado a dormir con una mujer, de la probablemente nunca se enamorase.
Matilde Kschessinska era una de las favoritas de Marius Petipa (el gran coreógrafo ruso creador del Ballet Imperial), su fama y su belleza eran de dominio público. Por este motivo, hubiera sido factible que el zarévich hubiese dejado el alma y la cabeza en ese par de piernas esbeltas. Sin embargo, no sería una mujer en su sensual apogeo, sino una prepúber de 12 años la que le robaría el aliento y cada uno de sus pensamientos al joven Nicolás.
En un principio la princesa germana rechazó la primera propuesta matrimonial de Nicolás. A Alix le asustaba la idea de renunciar al luteranismo para convertirse a la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, tanto su hermana Isabel como el kaiser Gillermo II harían de celestinos -a espaldas de su abuela la Reina Victoria I- animándola a no abandonar su relación con el zarévich, pues sostenían que ambos credos eran similares.
Durante cinco años los jóvenes enamorados no se verían, tampoco cruzarían sus miradas, ni sentirían la adrenalina de rozar sus manos durante los paseos con carabina. No obstante, la correspondencia mantuvo viva la flama de un amor casi imposible (por las ambiciones políticas del zar Alejandro III). Pero para ellos ni los intereses territoriales del vasto imperio, ni la distancia, ni el transcurrir de los años apagarían ese amor fúrico y obstinado, que terminaría en un compromiso tras el reencuentro de ambos en tierras rusas en 1889.
«Con 17 años Alix fue a ver a Nicolás a Peterhof, en compañía de la familia imperial. La iniciativa de este encuentro fue la gran duquesa Isabel. Estuvieron juntos durante seis semanas, reafirmando su amor. Entre ellos había nacido una sólida relación sentimental. A partir de ese momento Nicolás hacía frecuentes visitas a casa de sus tíos Isabel y Sergio para ver a Alix», escribió Gerardo Castillo Ceballos autor del libro «21 matrimonios que hiceron historia».
«Es mi sueño algún día casarme con Alix H. Me gustaba desde hace mucho tiempo, pero más profundamente y con fuerza desde 1889 cuando ella pasó seis semanas en San Petersburgo. Durante mucho tiempo he resistido. Mi sensación es que mi sueño más querido se hará realidad» confesó el zarévich en su diario.

El amor enfrentado a la política del zar

Nicolás asistía diariamente a la morada de Isabel y su esposo el duque Sergio Aleksándrovich para para ver a la joven Alix, quien ya tenía para ese entonces 17 años. Después de seis semanas de ensueño en tierras rusas Alix regresaría al Reino Unido junto a su abuela. Los zares seguían sin dar el visto bueno y la Reina Victoria seguía considerando que ese noviazgo era peligroso, ella intuía que su nieta no estaría a salvo en una posible insurgencia que venía gestándose en el corazón del pueblo eslavo.
La tensión previa a la Gran Guerra, comenzó a chirriar en el conflicto de los Balcanes, la enemistad entre Rusia y Alemania no podía esconderse. Por esta razón los germanos no eran bienvenidos, y el rechazo de los zares hacia Alix Hesse era comprensible. No obstante Nicolás no reparó en las asperezas políticas entre ambas naciones y respetaría a sus propios sentimientos.
«Los jóvenes enamorados se encontraron con la oposición del zar y la zarina, que tenían otros planes matrimoniales para su hijo. No les agradaba una princesa alemana que, además había recibido una educación liberal inglesa. Como, por otra parte, deseaban una alianza entre Rusia y Francia», confirmó Castillo Ceballos.
Los padres de Nicolás se entregaron a la tarea de buscarle una mujer al zarévich. Especialmente su madre María Fiódorovna quien insistía en casarlo con la princesa Helena de Orleans, hija del pretendiente a la corona de Francia, el Conde de París.
Posteriormente de manera irónica la siguiente ocurrencia de los zares sería casar a Nicolás con la hija de Federico III de Alemania,Margarita de Prusia.
«Si tengo que casarme con ella, me meto a monje», amenazó en una ocasión el joven Nicky a su madre.
Quizás la negativa alimentase el ansia de los príncipes. De esta manera, se entregaron contra viento y marea a un romance epistolar durante casi diez años. Eran ellos dos solos contra el mundo, pero no tenían miedo de amarse. Juntos, pero en la distancia, retarían a sus reyes para dejar imperar al sentimiento.
Alejandro III estaba realmente preocupado por el corazón obstinado de su sucesor. Con la esperanza de que su hijo solo estuviera encaprichado con Alix, el zar decidió enviar a Nicolás y su hermano Jorge una larga temporada de vacaciones por Europa. Él creía que si el zarévich entraba en contacto con otras culturas Nicky reflexionaría y quizás cambiase de novia, lo importante era que no fuese de origen alemán. No obstante, la salud del soberano se tornó delicada y los jóvenes tuvieron que regresar de su viaje por el extranjero.
Nicolás volvió extasiado por su magnífica experiencia. No obstante, para mayor disgusto del moribundo la belleza allá fuera de Rusia no pudo eclipsar a la princesa germana. El zarévich estaba incluso más seguro de que nada tenía sentido sin ella.
Ya en su lecho de muerte a causa de una nefritis (una inflamación en los tejidos del riñón), Alejandro se resignó frente a la persistencia de su hijo. Siendo así, mandó traer a Alix al palacio. Ya en sus últimas horas, el enfermo les dio su bendición a los jóvenes amantes.
Alejandro III exhalaría por última vez pocos días antes del enlace. Rápidamente la superstición popular presagió un mal augurioalrededor de los nuevos zares y el fuTuro de la dinastía Romanov «una boda precedida de un ataúd negro».

La nefasta repartición del pan

El mismo El 14 de mayo de 1896 en el Palacio de Kremlin (Moscú), mientras se celebraba la coronación de Nicolás II y Alejandra Fiódorovna, el pueblo víctima del hambre se convirtió en una multitud desesperada donde murieron aplastadas casi un centenar de personas.
Durante el magnánimo evento, los zares quisieron agasajar al pueblo con víveres, fundamentalmente pan. No obstante, al circular el rumor de que no había suficiente para todos, el agujero negro en el estómago del pueblo ruso los traicionaría. Los soldados perdieron el control de la situación, marcando de manera nefasta el comienzo del último régimen zarista.
Nicky y Sunny únicamente pelearon por despertar juntos. Sin embargo, como patriarcas de Rusia se taparon los ojos y ensordecieron frente a los abusos de la aristocracia hacia la clase trabajadora. Los últimos zares no abogarían por la justicia ni en las fábricas ni en los campos, en donde los obreros estaban sujetos a unas condiciones de vida ínfimas.

La burbuja de amor

El romanticismo que caracterizó al matrimonio los mantuvo en una burbuja de amor y alejados de la realidad exterior. La atención únicamente estaba dirigida a sus hijas, las princesas Olga, Tatiana, María y Anastasia. Hasta la anhelada llegada del pequeño varón Alexis, cuando todos volcaron su mirada en el zarévich. Sin embargo, lo que parecía una bendición, volvió a los zares todavía más impopulares.
La alegría de la familia imperial se tornaría frágil cuando descubrieron que Alexis era hemofílico. La angustia, los llantos, el dolor y la desesperación del niño acapararon todo el pensamiento y el esfuerzo de sus padres. Marginando las causas que agitaban a su pueblo, los maltratados de la autocracia y también hijos de Rusia se sintieron abandonados por sus soberanos. De esta manera, la desilusión popular crecía desmedidamente, alimentando el fuego bolchevique que prometía calcinar los males del régimen prometiendo la paz y la tierra.
La Primera Guerra Mundial llevó al zar y al Ejército ruso a combatir. Sacó a los hombres de la tierra y consecuentemente el hambre y la miseria se acentuaría aún mas.
Durante el tiempo que duró el conflicto armado Nicolás II legó la delicada toma de decisiones a Alejandra Fiódorvna, quien no tenía la capacidad para encarar a una Rusia turbulenta. Aunque tenía al grupo de ministros de su esposo, la zarina únicamente escucharía a Rasputín el famoso «monje loco» -a quien el matrimonio consideraba un santo, por ser el único que sabía como remitir los fuertes dolores de su hijo-.
La ausencia del zar, la impopularidad de la emperatriz germana y la fe del matrimonio hacia el malévolo gurú se convirtieron en un bastón para los mencheviques (los revolucionarios moderados).
Tras la abdicación del zar, la familia imperial rusa vería el último rayo de luz el 17 de julio de 1918 en la Casa Ipatiev, en Ekaterim. Los mencheviques habían sido desplazados por los bolcheviques, quienes consideraron necesaria la erradicación de cualquier símbolo autocrático. Los vigilantes habían recibido la orden de ejecutarlos, de esta manera los agruparían con la disculpa de sacarles una foto y así abrir fuego contra ellos. Nicolás se abalanzó hacia Alejandra para protegerla de los disparos, fue su última muestra de amor y de entrega hacia su esposa.

Sin embargo, durante el año 2000 Rusia necesitaba reconciliarse con su pasado. De esta manera la Iglesia ortodoxa rusa decidió santificar a la familia Imperial como mártires de la revolución.

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