RENACER CULTIRAL

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Solo la cultura salva los pueblos.

jueves, 30 de noviembre de 2017

El suicidio, el último recurso de varios dirigentes nazis juzgados en Núremberg

Al menos cuatro jerarcas y un funcionario del Tercer Reich se quitaron la vida antes o después de haber sido condenados en los juicios

https://elpais.com/internacional/2017/11/30/actualidad/1512060099_706172.html
Algunos de los acusados, miembros del régimen nacional socialista alemán, sentados ante el tribunal durante los Juicios de Núremberg. En primera fila, de izq. a der: H. Göring, R. Hess, Joachim von Ribbentrop y W. Keitel.
Algunos de los acusados, miembros del régimen nacional socialista alemán, sentados ante el tribunal durante los Juicios de Núremberg. En primera fila, de izq. a der: H. Göring, R. Hess, Joachim von Ribbentrop y W. Keitel. REUTERS
La privación de libertad, la presión social o la negación de la verdad de los hechos son solo algunos de los motivos por los que una serie de criminales de guerra, a lo largo de la historia, han decidido acabar con su vida voluntariamente. El caso más reciente, el del exgeneral bosniocroata Slobodan Praljak (quien ingirió el miércoles un veneno durante la lectura de su última sentencia ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia), ha recordado el modus operandi que llevaron a cabo algunos jerarcas y altos mandos nazis para evitar las largas condenas que les impusieron a raíz de la celebración de los juicios de Núremberg, que se pusieron en marcha después de la Segunda Guerra Mundial.
Al menos cinco de estos dirigentes consiguieron su objetivo. Cuatro de ellos pertenecieron a los escalafones más altos del Ejército alemán y de la élite política (Hermann Göring, Johannes Blaskowitz, Franz Böhme y Rudolf Hess, este último se convirtió en el lugarteniente de Adolf Hitler). El quinto, el funcionario Emil Haussmann, formó parte de los denominados “escuadrones de la muerte”, los grupos de operaciones encargados de “limpiar" los núcleos de población de judíos, gitanos y comisarios políticos.
Hermann Göring. Comandante de la Fuerza Aérea del Reich y fundador de la Gestapo, ocupó el escalafón más elevado en la Luftwaffe desde 1935 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Göring concentró un gran poder en su persona. Hitler llegó a premiarle con un rango superior al del resto de comandantes e, incluso, lo designó como su representante en todas las instituciones a partir de 1941. Acabado el conflicto, Göring fue procesado por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Condenado a morir en la horca, se suicidó a los 53 años con una cápsula de cianuro la noche anterior a su ejecución, el 15 de octubre de 1946. Uno de los guardianes, el joven soldado Herbert Lee Stivers, le entregó una píldora escondida en el interior de un bolígrafo.
Hermann Göring dialoga con un oficial durante el juicio a los principales criminales de guerra.
Hermann Göring dialoga con un oficial durante el juicio a los principales criminales de guerra. CORBIS
Rudolf Hess. El que fue ministro de Estado, jefe del Partido Nacionalista Alemán y mano derecha de Hitler, dejó vacía la cárcel de Spandau a raíz de su muerte con 93 años, en Berlín, tras más de 40 años de cautiverio. Era el único recluso que quedaba entre las cuatro paredes de una prisión que sirvió para recluir a siete condenados de los juicios de Núremberg. La autopsia dictaminó que se había provocado la muerte por estrangulamiento. Una tesis refutada después de un segundo examen forense pedido por la familia, en el que se apuntaba la asfixia y, por tanto, a un posible asesinato.
Rudolf Hess, segundo por la derecha, junto a Hitler y otros jerarcas nazis, en Núremberg (Alemania).
Rudolf Hess, segundo por la derecha, junto a Hitler y otros jerarcas nazis, en Núremberg (Alemania).CORBIS
Johannes Blaskowitz. Condecorado con la Cruz de Hierro tras su paso por la Primera Guerra Mundial, Blaskowitz participó en la invasión alemana de Polonia (1939) al mando del Octavo ejército. Llegó a ostentar el rango de coronel general en la época del Tercer Reich. Acusado de crímenes de guerra, se quitó la vida el 5 de febrero de 1948: se tiró desde un balcón que daba al patio interior del Palacio de Justicia tras lograr perder de vista a sus captores. Tenía 64 años.
El jerarca nazi Johannes Blaskowitz, en una imagen de archivo.
El jerarca nazi Johannes Blaskowitz, en una imagen de archivo.
Franz Böhme. General del Ejército alemán, comandante general en Serbia y comandante en jefe en la ocupación de Noruega. Böhme, de origen austriaco, participó en la invasión de Polonia y la batalla de Francia, en 1940. Después de la guerra fue capturado en Noruega y acusado en los juicios de Núremberg por los crímenes perpetrados en Serbia. Böhme, encargado de las acciones de represalia contra la población del país, se suicidó el 29 de mayo de 1947 al arrojarse del cuarto piso de la prisión en la que residía.
Franz Böhme, en enero de 1945.
Franz Böhme, en enero de 1945.
Emil Haussmann. Funcionario alemán y miembro de la compañía Einsatzgruppen, popularmente conocida como los "escuadrones de la muerte". Sus integrantes acometieron la función de la “aniquilación de judíos, gitanos y comisarios políticos” y centraron los asesinatos en Polonia y los territorios que conformaban la URSS.
Haussmann fue acusado en 1947 de crímenes contra la humanidad, de guerra y de pertenencia a una organización criminal, dos días antes de suicidarse. Haussmann, que solo tenía 37 años, fue el único de los 24 acusados de esta causa que se libró de ser sentenciado.

El país tras la muerte del tirano (1 de 3)LA HISTORIA CAMBIÓ DESDE 1961

Dictadura. La muerte de Rafael Leonidas Trujillo produjo cambios significativos en la historia de República Dominicana.

El país tras la muerte del tirano (1 de 3)

LOS PARIENTES DE TRUJILLO, MILITARES Y ALIADOS CIVILES, HICIERON TODO LO POSIBLE PARA MANTENER EL PODER

Juan Daniel Balcácer
1 DE 3
La muerte violenta de Rafael L. Trujillo, el 30 de mayo de 1961, no significó el derrumbe inmediato de la dictadura. De hecho, Ramfis, el hijo mayor del tirano, junto con sus tíos Héctor Bienvenido y José Arismendy Trujillo, la alta jerarquía militar así como algunos políticos e intelectuales que durante muchos años le habían servido fielmente a su familia, hicieron todo lo posible por conservar el control del gobierno al precio que fuera necesario.
Una de las primeras medidas del gobierno conformado por Ramfis Trujillo y Joaquín Balaguer fue gestionar que los Estados Unidos colaboraran para que la Organización de Estados Americanos levantara las sanciones económicas impuestas al país desde agosto de 1960.
Para atraerse las simpatías de la administración de John F. Kennedy, el gobierno dominicano desplegó una estrategia de apertura política, permitiendo el retorno de los exiliados y, al mismo tiempo, propiciando un ambiente favorable para el nacimiento del partidismo político.
En el plano político, por primera vez después de 30 años de férrea tiranía, los dominicanos comenzaron a disfrutar las ventajas de la libre expresión del pensamiento y del pluralismo político a través de la existencia de varios partidos políticos. Se rompía así la obligatoriedad, que imperó a lo largo de la dictadura, de pertenecer a un partido único, que es una de las características de los regímenes totalitarios, como el que implantó Trujillo en República Dominicana.
Así, durante las primeras semanas de julio de 1961 tres organizaciones políticas iniciaron sus actividades públicas: el Partido Revolucionario Dominicano, fundado en Cuba en 1939, cuyo líder principal era el escritor Juan Bosch; el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, dirigido por el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo, y cuyo nuevo nombre fue Agrupación Política 14 de Junio; y la Unión Cívica Nacional, institución mayormente integrada por la clase media y alta, presidida por el doctor Viriato A. Fiallo. Poco después surgieron otros partidos minoritarios que contribuyeron a la educación política de los dominicanos en el ejercicio de las libertades públicas al tiempo de darles la oportunidad de escoger por su propia voluntad al candidato de su preferencia para dirigir los destinos nacionales.
Los Trujillo abandonan el país
Los seis meses transcurridos entre junio y noviembre de 1961 fueron turbulentos y traumáticos. Mientras, por un lado, el Gobierno trujillista aplicaba una política de terror y violencia en plena luz del día, por el otro, la naciente oposición política comenzaba a perder el miedo frente a los organismos represivos (como el Ejército, la Policía Nacional y sobre todo el Servicio de Inteligencia Militar, SIM). Las protestas públicas, cada vez más masivas, fueron multiplicándose en todo el territorio, exigiendo la salida del país de los Trujillo, la renuncia de Balaguer y de los principales colaboradores del antiguo régimen.
Los días 18 y 19 de noviembre de ese año constituyeron el punto final para los remanentes del trujillismo. En la Base Aérea de Santiago, el general Pedro Ramón Rodríguez Echavarría se pronunció contra los Trujillo y lo mismo hizo el general Andrés Rodríguez Reyes en la capital. Pero ya Ramfis Trujillo había decidido abandonar Santo Domingo con destino a París, Francia, cosa que hizo el día 18, siendo seguido por sus tíos y otros familiares, que se dirigieron hacia otros países.  Pero antes de viajar al extranjero, Ramfis Trujillo, en persona, se trasladó a una finca propiedad de su familia llamada Hacienda María (en las proximidades de Haina), y allí, junto con algunos de sus más cercanos colaboradores, asesinó a los seis héroes de la conjura del 30 de Mayo que desde junio guardaban prisión en las cárceles de la dictadura, donde padecieron las más espantosas torturas. Ellos fueron Salvador Estrella Sadhalá, Luis Manuel Cáceres Michel (Tunti), Roberto Pastoriza Neret, Huáscar Tejada, Pedro Livio Cedeño y Modesto Díaz Quezada.
Tan pronto la población se enteró de que la familia Trujillo y algunos de sus colaboradores más cercanos habían huido del país, la alegría fue colectiva. A lo largo del territorio nacional muchedumbres se lanzaron a las calles a festejar la trascendental noticia, mientras otros grupos se dedicaron a derribar bustos, estatuas, letreros, en fin, todo lo que simbolizara al dictador Trujillo y a su familia. Muchas propiedades de los Trujillo también fueron objeto de la furia del pueblo que, durante tantos años, había tenido que reprimir sus deseos de libertad. La capital de la República recuperó su antiguo nombre de Santo Domingo y se inició el período que entonces se llamó “la destrujillización”. Los dominicanos fueron preparándose gradualmente para una nueva forma de convivencia en sociedad y mucha gente del pueblo comenzó a utilizar vocablos que antes no formaban parte del léxico cotidiano, tales como: libertad, amnistía, derechos civiles, justicia social y democracia, entre otros.
El proceso de democratización
En 1961 República Dominicana mostraba notables transformaciones en diferentes aspectos. La población superaba los tres millones de habitantes; la división territorial y política del país también había cambiado considerablemente, y de doce provincias que había en 1930, ahora, tras la desaparición del tirano, el país contaba con 25 provincias y un Distrito Nacional.
Asimismo, una moderna infraestructura vial comunicaba las diferentes regiones del territorio nacional, que ya no estaban tan distanciadas como en los tiempos anteriores a la Primera Ocupación Militar Norteamericana de 1916,  lo que posibilitaba un mayor intercambio comercial y social entre diferentes pueblos.
Aun cuando todavía la mayor parte de la población vivía en zonas rurales, lo cierto es que a partir de la desaparición de la tiranía trujillista la nación dominicana entró en un acelerado proceso de urbanización y modernización política, económica y social inspirada en el modelo de la democracia representativa.
El Consejo de Estado
Un gobierno colegiado, integrado por siete personalidades, llamado Consejo de Estado, fue creado con el fin de preparar la transición hacia la nueva etapa política que anhelaba la colectividad. El Consejo de Estado inició su gestión el primero de enero de 1962 y su principal misión, además de promulgar una amnistía general y de propiciar una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Carta Sustantiva, consitía en organizar elecciones generales para elegir los nuevos mandatarios de la nación. La consulta electoral fue fijada para el 20 de diciembre de 1962 resultando electo presidente Juan Bosch, líder del Partido Revolucionario Dominicano.
Juan Bosch se juramentó el 27 de febrero de 1963 como el primer Presidente dominicano libremente electo en elecciones libres después de 30 años de dictadura. Su gobierno apenas duró siete meses; sin embargo, durante ese breve período se lograron importantes conquistas en el plano democrático, como fue la de impulsar la aprobación de una nueva Constitución Política, que resultó ser la más avanzada del siglo XX dominicano.
El golpe septembrino
En la madrugada del 25 de septiembre de 1963, un grupo de militares encabezados por el entonces Secretario de las Fuerzas Armadas, mayor general Víctor Elby Viñas Román, derrocaron el gobierno constitucional presidido por Juan Bosch, a quien apresaron y luego obligaron a salir del país con destino a Puerto Rico. Los militares golpistas, que contaron con el apoyo de poderosos sectores empresariales y políticos, disolvieron el Congreso, restablecieron la Constitución de 1962, ordenaron la formación de un Gobierno Provisional y declararon fuera de la ley a los partidos políticos calificados de comunistas o pro comunistas. Terminó así el primer ensayo democrático en la República Dominicana después de la tiranía trujillista.
La insurrección de Manaclas
El derrocamiento de Bosch tomó por sorpresa a mucha gente. La mayoría del pueblo, empero, rechazó de plano el desatino de los militares golpistas, pero las medidas represivas del gobierno defacto fueron efectivas impidiendo una reacción escalonada de las masas que deviniera en una revuelta civil. Sin embargo, al cabo de casi dos meses tendría lugar un levantamiento armado con el fin de restituir a Juan Bosch al poder.
El 29 de noviembre el Movimiento 14 de Junio, con su principal líder a la cabeza, el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo, declaró la guerra al Triunvirato tras sublevarse en diferentes montañas del norte, este y sur del país. 
En poco menos de un mes, el ejército del gobierno de facto logró derrotar a los revolucionarios, quienes se fueron a las montañas sin haber recibido un riguroso entrenamiento militar y sin haber hecho la coordinación necesaria para que en las ciudades, mientras ellos combatían al ejército en las montañas, se llevaran a cabo acciones de guerrillas urbanas. La gran mayoría de los revolucionarios fue hecha prisionera, pero Manolo Tavárez Justo y más de diez de sus compañeros que decidieron entregarse a las autoridades, luego de reconocer que su causa estaba perdida en el plano militar, fueron fusilados el 23 de diciembre de 1963.
Después de esos acontecimientos luctuosos, la caída del Triunvirato era cuestión de tiempo. Pero transcurriría poco más de un año para que surgieran las condiciones objetivas y subjetivas que hicieron posible deponer al Triunvirato. Así, en la madrugada del 25 de abril, Donald Reid Cabral, presidente del gobierno de facto se vio forzado a renunciar, siendo sustituido por José Rafael Molina Ureña, como Presidente provisional. Molina Ureña había sido presidente de la Cámara de Diputados en el gobierno de Juan Bosch y como el presidente del Senado, que lo era Juan Casasnovas Garrido, no estaba en el país, de acuerdo con la Constitución de 1963 le correspondía al primero desempeñar la Presidencia hasta que su titular constitucional regresara al país.
La nueva crisis política que surgió a raíz del golpe que depuso al Triunvirato dividió a las Fuerzas Armadas en dos bandos irreconciliables: el de los constitucionalistas, que en principio lideraba el Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez (quien se encontraba en el exilio), y el de los adictos al Triunvirato, que además se oponían al retorno de Bosch. Este último grupo, con asiento en la Base Aérea de San Isidro, donde operaba el poderoso CEFA, lo dirigía el Coronel Elías Wessin y Wessin.
Los militares constitucionalistas, entre los que se destacaban Francisco Alberto Caamaño, Manuel Núñez Noguera, Hernando Ramírez, Héctor Lachapelle y otros, decidieron distribuir armas entre la población civil a fin de oponer resistencia al grupo militar de San Isidro y también al grupo de San Cristóbal, que habían designado una Junta Militar que apenas duró tres días. En cuestión de horas, estos dos bandos militares iniciaron una serie de enfrentamientos bélicos que desencadenaron en lo que se conoce como Revolución de Abril.
La guerra patria
El presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, atendiendo a una petición que le hizo la Junta Militar de San Isidro, ordenó el envío a la República Dominicana de tropas de la Infantería de su país con el propósito de proteger las vidas de ciudadanos norteamericanos que “supuestamente estaban en peligro”. Fue la segunda ocasión en que, durante el siglo XX los Estados Unidos ocupaban militarmente República Dominicana; pero, a diferencia del período 1916-1924, la ocupación militar de 1965, que comenzó el 28 de abril, no abarcó todo el territorio nacional, sino que se limitó a la ciudad capital.
En cuestión de días, aproximadamente 42,000 soldados norteamericanos, apoyados por una imponente escuadra naval que incluía portaaviones, tanques de guerra, helicópteros y los más sofisticados armamentos, ocuparon la ciudad Primada de América y de inmediato establecieron un corredor de seguridad que dividió en dos zonas la capital de la República.
La guerra de 1965 (que a raíz de la intervención americana devino en Guerra Patria) arrojó más de 5,000 muertos y cientos de heridos. Asimismo, agudizó la crisis económica de la nación y reavivó el antagonismo tradicional entre los sectores liberales y conservadores que desde la fundación de la República se han enfrentado tratando de controlar el poder político.

PUNTO DE MIRA

T.B. Joshua se llevó la reelección.

T.B. Joshua se llevó la reelección

Alfredo Freites
alfredofreitesc@gmail.com
El gobierno perdió una oportunidad de resolver un grave problema que afecta a la mayoría de la población pobre del país. Este paso pudo haber salvado la reelección sin tapujos. El pueblo hubiera salido a las calles en aplausos interminables vitoreando la salvación de miles de personas que están mal atendidas en los hospitales.
Pero el sanador T.B. Joshua, un supuesto predicador evangélico que fue traído al país y tratado como un jefe de estado, se marchó sin que le dieran chance de hacer una obra histórica. Avalado por gran fama de hacer milagros, de hacer todo tipo de sanación, el mago no fue usado para lo que sospechaba y es que fuera la carta en la manga que tenían los danilistas.
Pensándolo bien, haber usado a Joshua hubiera sido beneficioso por varias vías. Imaginemos que lo pusieran en una tournée de tres meses por todo el país. Recorrería hospital tras hospital sacando gente de las camas. La historia de Lázaro hubiera quedado atomizada. Los rebeldes médicos que reclaman mejoras salariales quedarían fuera de litigio, los presupuestos destinados a los centros de salud hubieran sido volatilizados por este mega sanador de diez mil quilates.
Hemos perdido una gran oportunidad de resolver problemas a bajo costo. Se nos fue T.B. y no lo vimos más. La escolta militar del señor Joshua se lució rindiéndole pleitesía y nos ocultaron quien lo trajo y para qué. Gente como este payaso de feria son muy útiles para fines políticos. Joaquín Balaguer tenía a su bruja de Sur, la señora Peláez; José Francisco Peña Gómez también se auxiliaba de tales mentecatos porque la masa popular tiene doble creencia. Jesús y brujos. Hay que tener un porsiacaso a buen recaudo.
Siempre se ha dicho que en casa de los grandes dirigentes hay altares donde se rinde culto al sincretismo religioso. Nada pierden con la doble militancia.
Pero el ilusionista de multitudes T.B. Joshua se marchó dejando una estela de críticas. Gente de sotana y otros de confesiones distintas impidieron que este gran sanador hiciera sus milagros. Él pudo haber resuelto nuestro gran problema de salud si el gobierno lo hubiera usado para que fuera útil a fines más sanos y no para seguir engañando personas crédulas, ciudadanos inocentes que acogotados por sus problemas buscan alivio por cualquier vía. Se marchó otro farsante. Perdimos la oportunidad bajar el presupuesto de salud y la población de enfermos.
https://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2017/11/30/492947/t-b-joshua-se-llevo-la-reeleccion

La reconciliación ¿una cuestión necesaria?

Hoy en día conceptos como reconciliación, justicia, paz y perdón son poco frecuentados. Memoria, verdad y justicia aparecen con fuerza y son sostenidas con fervor en algunos ámbitos. ¿Acaso son antagónicas? En circunstancias en que nuevamente han aparecido disensos y otra vez afloran resabios de enfrentamientos e imágenes de grietas y fracturas, puede ser oportuno registrar algunos puntos a tener en cuenta, a modo de notas en borrador de una cuestión compleja.
Una primera consideración entonces es si esos cuatro conceptos aún tienen vigencia o han sido dejados de lado en la agenda pública. Sucede que “no siempre se renuncia al objetivo de la reconciliación, pero se difiere sine die o se da por cancelado apresuradamente”. Más allá de si ello sucede o no en nuestro país, tema sobre el que volveremos, conviene aclarar que la cita pertenece al libro La reconciliación, publicado por Salterrae en 2013 e impreso en esta ciudad por Ágape. Su autor es Juan María Uriarte, que se autodefine como un obispo español jubilado. Se trata de un libro escrito con lenguaje sencillo y accesible. También es minucioso y pormenorizado y articula con bastante éxito características de manual como de compendio. Aunque enfocado sobre todo en la situación del País Vasco, tiene aportes más universales que resultan de interés pues pueden ser disparadores de ejercicios de reflexión e instalación de temas complejos y difíciles. De su lectura surgen insumos como para reflexionar sobre oportunidades y modos de llevar o no adelante propuestas acerca de la reconciliación.
Analizar estos temas puede parecer un mero ejercicio abstracto, si no una utopía. No pocos analistas descreerán del valor y validez de esfuerzos cuyo objetivo es la reconciliación social y política, sea por inútil o baladí o simplemente por inviable, argumentando que la lucha por el poder sobre los demás, connatural a la especie humana, siempre conducirá a conflictos y antinomias y que es difícil siquiera imaginar una sociedad sin antagonismos. Teniendo presente, claro está, que ello depende en mucho del alcance que se le pretenda dar a la reconciliación, a la situación que se intente resolver con ella, o al objeto del que se predique. Por caso, la llamada grieta que hasta fue propuesta en nuestro país como cuestión a resolver –frente a la virulencia alcanzada y patrocinada por unos y otros– y se planteó como meta en promesa de campaña por la coalición gobernante, quedaría aquí fuera de materia, pues se trataría más de un intento de acercamiento entre visiones políticas y posicionamientos ideológicos que una cuestión de derechos humanos, que son sin duda el tema más central en esta cuestión (y por más que hayan querido ser apropiados desde una bandería).
Pero más allá de descreimientos, o de descartarla por ilusoria, ¿se ha dejado de lado la reconciliación en la Argentina? Parece que no del todo, al juzgar por algunos intentos aislados de trabajar en o hacia ella.
Convengamos que lo que signifique o se interprete por reconciliación estará siempre en el límite entre lo sagrado y lo profano, entre el campo de lo religioso y el de la política, y el concepto estará referenciado como un pedido de iglesias, relacionado con las creencias religiosas, lo que “genera sospecha y rechazo”. En efecto, no deja de ser una situación bastante ambigua que puede explicar en parte esa distancia focal o desdibujamiento del tema al que aludimos en las primeras líneas.
¿Qué es y qué comporta la reconciliación? Uriarte la define como el “proceso por el que los grupos enfrentados deponen una forma de relación destructiva y sin salida, y asumen otra forma constructiva de reparar el pasado, de edificar el presente y de preparar el futuro”.
Aceptar esta definición acarrea necesariamente un reconocimiento básico: “el primado de la persona humana por encima de otra causa o motivación”, que es como decir que “ninguna instancia humana tiene poder sobre la vida y la muerte de sus semejantes”. Descubrir y aceptar condición de persona es el primer paso necesario a dar y allí no caben descalificaciones de ninguna clase al adversario.
Son varias las cuestiones que se señalan en el libro que contribuyen a que la reconciliación sea postergada frente a urgencias más actuales:
o Es innecesaria ya que “sería mejor recluir el perdón en la vida privada y afirmar el imperio de la justicia en la vida pública”, cita Uriarte.
o La reconciliación contraviene a la justicia, ya que evitaría el condigno castigo y esta falta de reparación ofendería a las víctimas.
o “Es más realista conformarse con un ‘arreglo’ y renunciar a un ‘acuerdo’”.
o Es escaso el interés que los afectados por la violencia pueden tener por la necesidad de mantener fidelidad con sus deudos.
o Se puede sentir como una imposición.
o Se trata más bien de una exigencia cristiana y no de un requerimiento del campo socio político. Como vimos, bien cita Uriarte que “una razón para que el perdón sea un extraño candidato para ocupar un lugar central en política es su asociación exclusiva durante mucho tiempo con el vocabulario de la religión”.
Todas buenas razones para dejar de lado la reconciliación.
Habíamos visto en la definición la connotación “sin salida”. Resulta buen rasero para discernir sobre la oportunidad de la reconciliación. Aquí hay dos cuestiones. Una es recordar que Uriarte trabajó el concepto en el marco histórico y actual del País Vasco. La otra es que en nuestro país los enfrentamientos y distanciamientos no tuvieron el alcance de aquéllos, sin por ello disminuir su relevancia e importancia, y no forman parte del presente –sí sus consecuencias generacionales–. Y aquí inmediatamente aparecen dos ámbitos de aplicación en los que en la Argentina la reconciliación podría tener plaza. Uno es el de los derechos humanos, y el otro –por decirlo de un modo general–, la distribución del ingreso, tema que subyace en todos los enfrentamientos y antagonismos que hemos tenido en la historia de nuestro país, aunque estemos muy lejos aún de reconciliarnos con esas cuestiones cuando todavía se discute cómo enfrentar la pobreza. Claramente los enfrentamientos y luchas por el poder entre facciones y aun los que últimamente dividen y oponen a la sociedad no serían materia de reconciliación. El ejercicio democrático pleno sigue siendo la vía de resolución; en particular si, como se empieza a vislumbrar, la Justicia se encamina focalizándose fuertemente en lo que le es propio y específico.
Uriarte se detiene en señalar a aquellos grupos de la sociedad civil que por la densidad de su responsabilidad ciudadana necesariamente pueden contribuir más con una estrategia definida de reconciliación: las universidades, los profesionales del derecho, los medios de comunicación social, los docentes (a quienes dedica un capítulo aparte por la importancia que tienen en estos procesos), los municipios y los barrios. Y hablando de responsabilidad, hace un fuerte señalamiento: “La tarea de reconocimiento y reparación corresponde (aunque en grado diferente) a todos aquellos que por acción u omisión no han estado a la altura de su responsabilidad cívica y moral”.
La idea de diseñar proyectos apuntados a (o dentro de) la lógica de la reconciliación es poderosa y al parecer fructífera. Hay países como Colombia, que sufrió fuertes enfrentamientos de largo alcance y aún actuales, y que han elegido como política de Estado el desarrollo de este tipo de proyectos. Los hay de lo más diversos, muy centrados en lo vecinal, lo grupal, tanto en el campo de la cultura, la educación como el desarrollo económico. Existen alrededor de 370 proyectos en ejecución identificados expresamente para sostener su programa de reconciliación y que funcionan bajo la consigna de que “aportan a la reconciliación de Colombia”, y que buscan “reconstruir el tejido social afectado por la violencia generada por el conflicto armado, incentivando el respeto por el otro y la confianza entre todos los actores sociales”. Tienen su propia financiación, que facilita “el acceso de las organizaciones del sector privado, sociedad civil y academia a recursos de capital y técnicos para el fortalecimiento de proyectos empresariales o sociales que aporten a la reconciliación”. En ese fondo interactúan más de 250 organizaciones civiles y agrupan en calidad de beneficiarios al 8,5% de la población colombiana.
Uriarte sostiene que “la futura sociedad no será reconciliada si no se instaura desde la familia, la escuela, los movimientos sociales, los medios de comunicación social y la cooperación de la comunidad cristiana la cultura del perdón”. Agregaría empresas y sindicatos e insistiría en que se convirtiera en una política de Estado.
Este libro suscita reflexiones; pocas aquí por razones de espacio. En momentos en que hay intentos de cambiar modos y maneras de gestionar el Estado y se ensayan caminos de independencia real de poderes y de seriedad en el manejo de la res publica, da ocasión de preguntarse si estos esfuerzos de instalar el tema de la reconciliación merecen la pena. La respuesta parece tan fácil como decir que una Argentina reconciliada siempre es mejor, y tan difícil como para preparar y recorrer los caminos que conducirían a ella. Caminos que no pueden ser aislados, ni provenir desde un solo lugar o de grupos restringidos. Es absolutamente impensable transitarlos sin un esfuerzo conjunto, compartido, sostenido y asumido por toda la sociedad, y debe quedar claro el rol colaborativo de la Iglesia, sin pretender erigirse en rectora ni en suplir al Estado.
Reconciliación es un concepto muy amplio y variado; resulta difícil imaginar hoy en día una aplicación programática de ella, pero ciertamente hay espacios que pueden y deben ser explorados en pos de una mayor armonía entre quienes
1.X. Etxeberria, “Perspectivas políticas del perdón”, en El perdón en la vida pública, Univ. de Deusto, Bilbao 1999.
2.D.W. Schriver, An Ethic for Enemies. Forgiveness in Politics. Oxford Univ. Press, 1998.
3. Punto final quiso decir basta con esto, enterremos el tema tal y como está, no hablemos más de ello. Nunca más quiere decir no volvamos a repetirlo; aceptarlo como fue, reconociendo que es un error en el que de ninguna manera se debe incurrir.
4. http://www.reconciliacioncolombia.com/web/bproyectos
http://www.revistacriterio.com.ar/bloginst_new/2016/05/31/la-reconciliacion-una-cuestion-necesaria/

El teniente que ejecutó a Manolo Tavárez


El teniente que ejecutó a Manolo Tavárez
Hannah Arendt, la filosofa judía que escribió sobre la “banalidad del mal” a propósito del verdugo nazi, Adolf Eichmann, dijo  que Eichmann no era un “Yago” ni un “Macbeth” y que nada pudo estar más  lejos de sus intenciones que resultar ser un villano. Adolf Eichmann carecía de motivos para cometer los horrorosos crímenes que ejecutó. Dice Arendt, que Eichmann era un hombre común, cuya normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades conocidas. Dice que los crímenes cometidos por Eichmann no fueron consecuencia de una mente diabólica y enferma, o la pintoresca encarnación del mal sobre la tierra, sino de algo más rutinario y banal, la mediocridad absoluta de un burócrata incapaz de desobedecer las órdenes de sus superiores. Álvaro Abos  plantea que la banalidad del mal en  Eichmann ilumina la contradicción entre el inmenso poder que la tecnología ha puesto en quienes ocupan el poder, y la insignificancia de los hombres que lo detentan. El sacerdote jesuita mexicano Luis García Orso expresó: “La ‘banalidad del mal’ es lo que realizamos cuando rehusamos comportarnos como seres humanos, con inteligencia, discernimiento, juicio; cuando justificamos nuestros actos diciendo que sólo tenemos que obedecer, cumplir, seguir lo que otros nos dicen, y aceptamos actuar como piezas sin juicio moral de una estructura que en la práctica se revela monstruosa”. El error de Eichmann -afirma Tomás Moratalla- fue no “pensar”, que es distinto de “conocer”. Ausencia de pensamiento significa incapacidad de juzgar. Aquí Arendt “sigue los análisis kantianos y define esta incapacidad de pensar como: 1) incapacidad de pensar por uno mismo, en el sentido de la máxima kantiana del sapere aude, divisa de la ilustración, es decir, tener el valor de usar el propio entendimiento; 2) imposibilidad de ponerse en el lugar de otro, en el punto de vista del otro, y así considerar las consecuencias de los propios actos;  3) incapacidad de un pensamiento coherente y consecuente, que tiene mucho que ver con el diálogo de uno mismo con su propia conciencia”. “Si renunciamos a pensar, dice el profesor Tomás Domingo Moratalla, nos convertimos en piezas de un engranaje, de una gran maquinaria -que tan bien ilustra la película Tiempos modernos de Chaplin-, donde los hombres, cada uno de nosotros, nos convertimos en superfluos. El mundo moderno corre el riesgo de convertir a los seres humanos en superfluos. El pensamiento de Arendt es una llamada de atención contra esta producción de superfluidad. Dejar de pensar supone también negar nuestra responsabilidad, es decir, el alcance de lo que hacemos, los motivos de nuestra acción”. Los asesinos de las hermanas Mirabal, habían renunciado a pensar, eran incapaces de ponerse en el lugar del otro. En el juicio público al que fueron sometidos raíz de la caída de la dictadura trujillista en 1962, ninguno de ellos expresó arrepentimiento ni mostró sentimiento de culpa. Simplemente alegaron que cumplieron órdenes. Las órdenes o mandatos de la jerarquía de una institución no son morales ni inmorales para quienes están llamados a ejecutarlos, no se preguntan por el sentido de las mismas, no piensan, no asisten a un diálogo entre ellos  con sus propias conciencias, como dice Moratalla.
Al materializar crímenes horribles no actúan por voluntad propia sino por una tradición homicida  que exige la suspensión de todo discernimiento, absolutamente desprovistos de juicio moral.  
El teniente de la Fuerza Aérea Dominicana que dirigió el fusilamiento del doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo y sus compañeros, alzados  en defensa de la constitucionalidad en las montañas dominicanas en el atardecer mortecino del 21 de diciembre de 1963, tuvo tiempo de conversar  con el líder del 14 de junio, antes de proceder a ejecutarlo, según lo narró, ya  jubilado de la milicia, en un Club de pilotos civiles a mediado de los años 70 del siglo pasado, en presencia de un hermano de quien escribe.
En su relato el susodicho teniente, en medio de una alegre ingesta de alcohol, expresó que el doctor Tavárez Justo le explicó las razones de su rebelión, con palabras tan bonitas, que él estuvo casi convencido  y pensó en no matarlo, pero que finalmente sabía que si él no lo mataba lo matarían otros, además tendría la oportunidad de lograr un ascenso en su carrera militar. Ante los contertulios impresionados por su relato, dijo que le quitó el anillo de graduación que llevaba  en los dedos de la mano el doctor Tavárez Justo, y que después de su muerte se lo hizo llegar a sus familiares. Ese anillo había pertenecido a la heroína Minerva Mirabal.
Ese teniente no dialogó con su propia conciencia, no tuvo discernimiento, ejecutó el mal sin sentirse parte consciente del crimen. Su argumento de que si no mataba a Tavárez Justo, o sea, si lo dejaba con vida, acogiéndose a las garantías que el Triunvirato había dado garantizando su vida, de todas maneras lo iban a matar, y para que lo matara otro lo mataba él, capitalizando el ascenso, ya que él comandaba la patrulla.  
La banalidad del mal de que nos habló Hannah Arendt, se expresa sin sentimiento de culpabilidad, la  vida de un ser humano que se entrega no merece ser respetada, porque hay un código de obediencia empotrado en la mente militar, que hace innecesario pensar como seres civilizados. La nobleza como valor desaparece ante  la línea vertical de la institución. Matar a un ser humano que se rinde no comporta penalidad de la conciencia. El teniente lo decía con cierto sentido de proeza, convertido en un ser superfluo, no era necesario para el remordimiento, no se preguntó nada, y el homicidio, o sea el mal, se convirtió en banal, en trivial, en insípido, sin juicio moral. El teniente rehusó convertirse en un ser humano. No era un Yago ni un Macbeth
https://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2017/10/03/484864/el-teniente-que-ejecuto-a-manolo-tavarez

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Víctor Heredia - Sobreviviendo

Inti Illimani - El pueblo unido jamás será vencido - Encuentro en el Est...



el pueblo unido jamás será vencido! hoy más que nunca vigente esta canción para mi país. Lenin traidor, apuñalaste por la espalda los principios de la revolución y apuñalaste a Correa. Serás recordado como el gran traidor! aunque traten de manchar el proceso no podrán destruir todas las transformaciones que realizó Correa.

Espero de todo corazón que algún dia se cumpla lo que dice la canción «será mejor la vida que vendrá»

El plan de anexar Santo Domingo a Estados Unidos para poblarlo con ex esclavos norteamericanos.


A1

Publicado el: 28 noviembre, 2017
http://hoy.com.do/el-plan-de-anexar-santo-domingo-a-estados-unidos-para-poblarlo-con-ex-esclavos-norteamericanos/

En 1871 el presidente Buenaventura Báez promovió y firmó un tratado de anexión con Estados Unidos que incluyó la venta de la Bahía de Samaná. El presidente norteamericano Ulisses Grant empujó con mucho entusiasmo el proyecto, primero ante su gabinete y luego frente al Senado, el cual tenía que ratificarlo, pero no consiguió los votos congresuales necesarios para ese fin.
La verdadera razón tras ese entusiasmo lo mantuvo Grant en secreto, divulgándolo solo en su último discurso ante el Congreso, cinco años después. Grant había llegado a la presidencia apenas cuatro años de finalizada la guerra civil y cinco después de proclamada la emancipación, o sea la libertad de los esclavos. El período subsiguiente, llamado “de reconstrucción” implicó modificar el sistema de producción para que fueran negros libres los que trabajaran las plantaciones sureñas y generó mucha violencia entre blancos quienes crearon el Ku Klux Klan, y los ex esclavos. Lamentándose de la no anexión Grant explicó: “La isla cuenta con pocos habitantes mientras posee un territorio suficiente para el empleo productivo de varios millones de personas. La tierra pronto hubiese caído en manos de capitalistas norteamericanos. Los productos son tan valiosos para el comercio que el emigrar allí pronto se hubiese visto estimulado. La raza emancipada del sur hubiese encontrado allí un hogar agradable, donde sus derechos civiles no hubiesen sido cuestionados y donde se demandaría tanto su mano de obra que el más pobre entre ellos hubiese encontrado los medios para ir allí. En los casos de gran opresión y crueldad, como de los que han sido víctimas en muchos lugares durante los últimos once años, comunidades enteras hubiesen buscado refugio en Santo Domingo. No supongo que toda la raza se hubiese ido, ni es deseable que deban hacerlo. Su trabajo es deseable -casi indispensable- donde están ahora. Pero la posesión de ese territorio hubiese dejado al negro ‘jefe de la situación’, al permitirle exigir sus derechos en su hogar, a expensas de encontrarlos en otro lugar”.
En sus memorias Grant fue aún más explícito: “La condición del hombre de color dentro de nuestras fronteras puede devenir en una fuente de ansiedad, para decir lo menos. Fue traído a nuestras playas por compulsión y ahora debe de ser considerado como teniendo tan buen derecho a permanecer aquí como cualquier otra clase de nuestros ciudadanos. Fue buscando una solución a esta cuestión que me sentí urgido a anexar a Santo Domingo mientras fui presidente de Estados Unidos. Santo Domingo nos fue ofrecida gratuitamente, no solo por su gobierno, sino por toda su gente, casi a ningún precio. La isla está cerca de nuestras playas, es muy fértil y capaz de acoger quince millones de personas. Los productos de su tierra son tan valiosos que el trabajar sus campos sería tan compensado como para permitir a aquellos que quisiesen ir allí el pronto repago del costo de su pasaje. Consideré que la gente de color iría allí en grandes números, para así contar con Estados independientes gobernados por su propia raza. Seguirían siendo Estados de la Unión, y bajo la protección del gobierno general, pero los ciudadanos serían casi todos negros”.
De haber logrado los votos suficientes para la ratificación senatorial, Santo Domingo hubiese devenido, pues, en un Estado de la Unión poblado principalmente por ex esclavos negros norteamericanos.
Báez y sus seguidores querían la anexión para enriquecerse con el aumento tanto en el valor de la tierra como de las concesiones y para evitar ser derrotados por José María Cabral y Gregorio Luperón. También buscaban protección contra otra invasión haitiana. Pero la anexión hubiese llenado al país de negros, no haitianos, sino americanos.
En el antes referido discurso Grant explicó que los productos agrícolas procedentes de un Santo Domingo convertido en Estado de la Unión hubiesen entrado libre de impuestos, desplazando a las exportaciones cubanas, un 75% de cuyo valor llegaba a Estados Unidos. Al quebrar la colonia española de Cuba hubiese resultado mucho más barato el plan estadounidense de comprarla a España que había surgido coincidiendo con la guerra de los diez años (1868-1878) encabezada por Carlos Manuel de Céspedes.