RENACER CULTIRAL

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Solo la cultura salva los pueblos.

sábado, 5 de agosto de 2017

TOMÁS BOBADILLA Y BRIONES.

                     TOMÁS BOBADILLA Y BRIONES.

Tomás Bobadilla Briones

Este personaje, es un prodigio de funciones andróginas. Una luz esquiva y juguetona en su sonrisa saturnina. Visto  de frente, tiene la unción de un benedictino. De perfil, es meramente la reminiscencia de un carbonario. Hacia el mal consolando a la víctima. Hacia el bien burlándose del beneficio.
Duelista impasible, lo mismo estimaba a Satanás que a Cristo. Un cirio de llama verde, en medio a la  obscuridad agorera de un templo en ruina, es menos fantástico  que el resplandor de su historia.
Cantaba el salmo de la Libertad en el libro de Maquiavelo. Su  ironía es un fluido anestesiarte. Una carcajada sin tregua era  su fe. Se reía de todo; de la Justicia, del Derecho, de la Religión, del Deber,  de Duarte, de Santana, de Jiménez, de Báez, de el mismo, cuando no hallaba de quien reírse en su infinita  incredulidad.
Viejo, tenía la juventud de Saint Just. Joven, tuvo la vejez de Richelieu. Que tránsfuga de los principios! Para su conciencia la vida era una oriflama en que debía plegarse dulcemente a las inciertas ondulaciones del viento.  Con Boyer, con la manguada servidumbre de la República, en  su calidad de Comisario de Gobierno, votaba y ejecutaba la muerte de los revolucionarios dominicanos de “Los  Alcarrizos’’, en 1824; y defendía en la prensa, en 1825, la  notas diplomáticas de Haití, contra el reclamo hecho por España en favor de la desocupación  inmediata de la parte española  de Santo Domingo.
Con el grupo de los afrancesados, con lo que no creyeron jamás en la Independencia Nacional, se complacía en desacreditar los planes separatistas de Duarte; y  corrió, no obstante, inopinadamente, a última hora, a poner en conocimiento de los febreristas el peligro de las combinaciones de Levasseur, para precipitar con ellos el heroico grito de la Redención del Baluarte.
Presidente de la Junta Central Gubernativa, la noche de Febrero, su presencia entre aquellos generosos adalides de la Patria, puso asombro en el corazón de los descreídos, desconfianza en el discreto silencia de algunos patriotas, reconciliación efusiva en el ánimo de los menos previsores, amañada esperanza en las maquinaciones de los conservadores que, en el instante mismo de la redención, prepararon  el huracán de las cruenta perfidias con  que pagó el futuro la obra santamente gloriosa de los trinitarios.
Causa, origen, alma de las desgracias que aun  cosecha el país en su asendereada vida de inestables garantías, de  alzamientos y de miseria,  de levaduras infames, este,  hombre temible puso en camino de perdición  la Republica, lanzando al campo de la libertad esta amenaza de odios y de pugilatos fratricidas; Santana.
Lo alzó a la majestad del Poder, improvisándolo, y le dio el concurso de  cuantos miraban de soslayo la Patria Libre para buscar en el protectorado francés  lo que no creyeron  que podría realizar la fuerte virtualidad del patrimonio del pueblo. Alzó a la prepotencia del mando absoluto, y puso en sus manos la desoladora dictadura militar del artículo 210 de la Constitución de 1844, los consejos de guerra cuyo código de (a verdad sabida y buena fe guardada) levantaba un patíbulo al amparo de cada sospecha a cada delación  inicua, y  los tenebrosos decretos con que se consumó el sacrificio de Duarte, de Sánchez, de Pina, de Pérez, de todos los fundadores ilustres de la República.
Lo alzó, y  desvaneciendo un día el ascendiente de sus  inspiraciones, caído de la gracia, hubiera pagado sus incontables errores, castigado por el mismo a quien erigió en dueño atrevido de la nación, si la sagacidad de su raro talento no le induce a aceptar en  momentos difíciles, en 1847, su expulsión del Congreso y su extrañamiento del país.
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Había formado la hoguera de las pasiones irritadas en que cayeron las  instituciones y  los  hombres, y se reía de los graves conflictos, de los personalismos en aviesa confusión  y disputa, contando a la suerte  las intrepideces de su engañosa fraseología y  el fecundo color de sus  iniciativas  infatigables.
Este hombre, lo mismo escuchaba la protesta de la virtud que la algazara de delito. No era un temperamento varonil y comparecía en los peligros. No era una racionalidad conspicua, y tenía voto decisivo en los conclaves del saber. No era característica de su  vida de ambición del Poder, y siempre estuvo en su asecho. Era un confuso convencionalista, un utilitarista indiscreto, y de la contrarias direcciones súbitas a su conducta con la suma  tranquilidad de un creyente.
Sin religión, sin ensueños, sin ideales, sin patriotismo, amigo de las sorpresas emocionales de la tiranía, su palabra escodejina penetraba como un puñal y revestía de entrega de entrega las resoluciones  del despotismo. Su nombre es el punto de partida de nuestras presentes vicisitudes; de la división ‘honda y eterna que señaló, para desventura de todos, el resonante rompimiento del 9 de junio de 1844.
Alma escéptica, no tiene una sola gloria que repercute amorosamente su nombre en la conciencia del pueblo. Vivió una vida de luchas, sin ventura de paz. No creyó en nada, y fue sacerdote de cuantas divinidades inventó su peculiar indolencia. Cuando en las borrascas del pasado se agitaba profundamente sagaz, no era para evitar los peligros sino para soplar las borrascas. Que genio tan fuertemente encariñado con los sofismas del interés! Que inteligencia tan sabia para hurgar a la sombra y hacerse dueña de sus misterios!
Toda una época, la de los grandes desatinos del primer periodo de la República, época de fusilamientos y ostracismos, de inacabables agravios al patriotismo, de rivalidades y sacrilegios, tiene el sello de su individualidad batalladora. En esta etapa comparece  a modo de patriota virtuoso, dignificado con el fingido entusiasmo  de una fe robusta la realidad de los ideales puros, mientras en lo profundo de sus intenciones late el engaño. En aquella, es  el  maestro de la tiranía. En todas, su musa es la sorpresa; su gran libro, lo práctico; sus  finalidades, las  del  acaso; pero sin dejar  asidero a la libertad, ni refugio a la esperanza.
No creyó en Dios, y no fallo a la devoción de los  dogmas sacros. No creyó en Mahoma, y solemnizó el Koran. No supo nunca alzar la plegaria, ni borrar las injusticia de las opiniones extremas. Cuando Santana prepara la anexión española, increpa a Santana, combate la anexión. Se suma el 18 de marzo de 1861, y al siguiente día pone al servicio de España su viejo nombre.
La Restauración le sorprende sirviendo la causa española; y mientras no vio seguro el triunfo de la República, mientras no llegó la víspera de la victoria final, no abandonó la  anexión para aparecer en las filas restauradoras. Nadie como él para dejar cumplidos los transformismos más  estupendos. Aquí es  haitiano, allí febrerito, allá liberal, acullá conservador, más luego español. Y nunca dominicano. Nunca!..... Porque enseño el derrotero de la tiranía a los tiranos; porque aconsejó el despotismo, porque instituyó el sofisma como fundamento de gobierno, porque  lo hizo, con sus consejos, el sacrificio del derecho, la proscripción  del deber, el reino de la oligarquía,  el Gólgota de la democracia, la infinita pesadumbre de  cuantas torpezas consumó la ambición.
Nunca Dominicano! Porque de haberlo querido, salva el porvenir de su pueblo, haciendo prósperas las instituciones, desarmado las iras primeras de los  partidarismos nacientes, poniendo a distancia a las profanaciones groseras de la anarquía el alma noble y fecunda de la Redención de Febrero.
Su personalidad atrevida no era para pensar sin huella por el campo de la vida pública, o  para aislarse en  medio a las convulsiones de la política. Estaba dotado de grandes vuelos de osadía que le hacía remontar sin fatiga las  más  abruptas cimas, y  llevar en sus alas el tremendo peso de cuanta responsabilidad le aconsejara  el destino. Y sin embargo, no era un carácter. Le faltaba unidad de espíritu para serlo. No tenía la perfecta concordancia de las ideas, de los sentimientos y resoluciones del carácter.
Pasó, y su historia, alma de lo pasado, ofrece al mundo el desdén de una vida que miro al través de lo inútil la majestad del derecho, que santifico del despotismo, que se burló de la gloria, que se rio de la Patria, que canto el salmo de las instituciones del progreso en un libro de Maquiavelo, y erigió en inspiradora sagrada del Poder la impenetrabilidad de la  fuerza.

FUENTE; obra Silueta de Miguel Ángel Garrido,  p,185-197.

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